Todo empezó cuando Marcela Figueroa redescubrió un dibujo que había hecho en 1986, cuando tenía cinco años. Ese fue su parteaguas.
El dibujo le revivió el olor de las comidas de su abuela y de su madre. Y la puso a pensar en su relación con el té y el café.
Para Marcela, algo andaba mal con ambas bebidas: aunque de padres cafetaleros, el café siempre le había hecho daño, mientras que su intuición le decía que debía haber algo más allá de las bolsitas de té.
Y así fue como esta arquitecta y urbanista salvadoreña, atrapada en una depresión causada por la muerte por cáncer de su esposo, decidió emprender un viaje para aprender más sobre la infusión.
Su primera visita a una plantación de té fue en San Juan Chamelco, en Guatemala, el país de su esposo. Pero también fue a la plantación de Darjeeling en la India y los jardines del té en Siliguri y Assam, en ese mismo país.
“Tenía como intuición el camino del té y lo encontré [como vocación] en la India”, le cuenta a BBC Mundo en uno de los hoteles de San Salvador que actualmente distribuyen su propia marca de té, Lafiroa.
La empresa -que en su nombre fusiona los nombres y apellidos de la salvadoreña- también ha hecho envíos de este té “centroamericano” a Japón, España, Estados Unidos, Guatemala, Perú, Panamá, Alemania y la misma India.
Y el Organismo Promotor de Exportaciones e Inversiones de El Salvador le ha pedido enviar sus muestras a Rusia para la Expo Café y Té 2018 con sede en Moscú.
Su ambición ahora es exportar a lo grande a estos países. Pero Figueroa también quiere que los centroamericanos aprendan a apreciar más el té.
“No tenemos un buen té en El Salvador: el té de bolsita posee pesticidas, saborizantes y aromatizantes. No es un té ortodoxo, orgánico”, explica Figueroa.
“Y el té es todo un universo. No es de hacer la mezclita y ya: hay que entender la planta, saber su origen e historia; es de saborearla, de saber las notas de la bebida, su aroma”, le dice a BBC Mundo.
Ella misma se convirtió en sommelier, en una amante y apasionada del té con experiencia en la cata, ceremonia, protocolo, servicio y cultura de esta bebida milenaria que emergió en China.
También es una blender, o sea, una profesional en la mezcla de tés.
Se especializó en Londres y en el Club del Té de Argentina. Su mentora fue y (todavía es) la gurú Victoria Bisogno. Y también estudió en el Tea World Academy de Estados Unidos.
Fue en 2014, cuando ya había regresado a El Salvador, que Figueroa hizo su propia bebida, mezclando té puro de jardines asiáticos con ingredientes de su tierra.
La salvadoreña también hizo historia al hacer la primera transacción comercial entre su país e India.
“Fui la primera persona que importó té desde la India. Por eso es que ellos me llaman la embajadora de té en Centroamérica”, presume.
Y en la actualidad importa té de calidad desde China, Taiwán e India para mezclarlo con insumos como coco, piel de naranja, canela, chile, maracuyá y maíz de colores, para formar lo que ella llama sus “premium tea blends”.
“Lafiroa es la esencia de Mesoamérica”, asegura Figueroa.
Y como ejemplo ofrece a su té “Kuzkatán” (palabra de origen indígena cuya su adaptación al español es Cuscatlán), una bebida inspirada en la horchata de morro.
“Es un té para resaltar toda la riqueza que tenemos y una bebida exótica que solo vas a encontrar en El Salvador. Y es que es importante para mí hablarle al mundo de Mesoamérica y de su riqueza cultural”, le explica a BBC Mundo.
Aunque, según Figueroa, su “obra maestra” es el “Maya splender” que resulta de la combinación de la plantación de Chirripeco de Guatemala con el el té negro de Assam.
Por lo pronto, siete mujeres de El Salvador y de Guatemala trabajan con ella cuidando su bodega y secando frutas, hierbas, hebras, flores, pétalos.
Otras siembran manzanilla, capullos de rosa. Y en la actualidad está conversando con cooperativas de mujeres en esos dos países y en México para hacer huertos urbanos herbales para el té.
“A través del té también estoy apoyando a estas mujeres para que tengan una vida mejor. Y para mí eso no tiene precio”, afirma Figueroa, quien primero empezó a distribuir su té en Guatemala y luego en su propio país.
Por el momento, Lafiroa ya conquistó dos hoteles de prestigio en Guatemala y cuatro en El Salvador, mientras que el resto de sus clientes son restaurantes y familias de renombre.
Y ahora Lafiroa también busca entrar en los mercados de Nicaragua y México, aunque el próximo gran reto de Marcela Figueroa es la certificación de todos los productos que ha creado: alrededor de veinticinco bebidas.
“Hemos tenido un crecimiento sostenido. En el verano aprovechamos para sacar la línea de té frío ‘City chai’ sin azúcar. Y se fue volando”, cuenta también.
Por lo demás, y si bien Marcela Figueroa ha hecho del té una profesión y un modo de vida, la salvadoreña también insiste en que la infusión es mucho más que eso.
“Es una bebida sagrada. Conectarme conmigo. Un momento de meditación y conciencia con el té. Es un momento de paz”, le dice a BBC Mundo.
Y aunque los precios de sus productos van desde tres a cincuenta, ochenta y cien dólares, la experta considera que el té no debería ser una bebida de élite, como se acostumbra a pensar.
“En el origen el té nació para curar, para sentirse mejor. Y la gente lo consumió por sus beneficios y se hizo popular“, afirma.
Añade: “Lo que pasa es que acostumbramos a vincularlo con el ritual inglés del té y aunque el té en Inglaterra tiene muchas facetas entró por la aristocracia, la realeza. Y desde entonces esto es lo que se nos transmite culturalmente”.
Esa no es la única percepción que Marcela Figueroa quiere cambiar produciendo un té eminentemente centroamericano.
“Quiero ayudar a proyectar a nuestros países más allá de la violencia porque no solo somos eso”, comenta también.