No fui a Noma Tulum. Fui víctima de lo que las redes sociales generaron en mí, una serie de pecados capitales -porque uno conduce a otro-, como la envidia, la gula y hasta la lujuria. No fui a Noma Tulum.
“Si no es, ni aunque te pongas, y si sí es, ni aunque te quites”, según un dicho popular mexicano. Esa es mi historia con Noma Tulum. Involucrarme en el sueño de que estuvieran en México, no poner toda mi atención en la venta de boletos o confiar en un alma que se apiadara. Pero nada sucedió y todo sucedió. Sé de la textura de cada plato, el tacto de la madera de esas mesas, lo particular de los vinos, la emoción que resultaba ver la cocina en acción.
“Es de las mejores cenas de mi vida“, me dijo emocionada una pareja de cocineros con establecimiento en Ensenada a los que admiro y quiero profundamente -y yo seguía sin ir-. “Es un homenaje a los ingredientes mexicanos“, me dijo emocionada divina cocinera con palaciego restaurante en la colonia Roma al narrarme su experiencia. “Gracias, Valentina”, me dijo un destacado arquitecto mexicano con quien estuve en Noma versión danesa y con quien gocé conversaciones con René Redzepi. Y yo seguía sin ir.
Hoy, a unos días de haber culminado tremendo pop up, sé que el pulpo cocido en totomoxtle con pepita es probablemente uno de los platillos del año.
Intuyo que algo importante empieza con ese grupo de cocineros liderados por Redzepi en el país, que algo grande viene en el camino.
No vino a revolucionar nuestra cocina, no nos gusta que los extranjeros nos enseñen -o que lo hagan en ocasiones mejor que nosotros-, pero vale la pena el ejercicio de humildad porque independientemente de la nacionalidad, el costo de la cena, lo mexicano o no de aquella locación, René Redzepi solo hizo un enorme homenaje a lo que este país produce y con su talento escribió unos párrafos de una página de la historia de la cocina mexicana contemporánea.
Vi quizá todos los videos donde, de forma amateur, Redzepi describía lo mismo un aguacate criollo que una salicornia o un huevo de hormiga. Soñé con el sabor de ese pixtle y sentí en la piel el calor de esa cocina playera. Y no fui.
Imaginé los cientos de ejercicios curando semillas, hierbas y frutas mexicanas que el chef danés seguramente hizo; podría jurar que estuve ahí cuando escogieron el plátano manzano para uno de los platos estrella o cuando seleccionaron los mejores ostiones -cuyos productores amigos orgullosos me compartieron- para aquel taco conmovedor. Y no fui.
Me quedé con ganas de estar. La vida y el amor me llevaron a otros lares. Fui espectadora y adoré las sensaciones por interpósita persona. Es más, sí fui, y me encantó.