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Naked Lunch: Crónica de una cena al desnudo

Por Animal Gourmet

Eran las dos de la tarde del tercer jueves de mes cuando una llamada a mi celular le dio un giro de 180 grados a mi día.

Por Roxana Zepeda.

Un viejo amigo, del que hace mucho tiempo no sabía, me dijo que ese día tenía una cena reservada en un restaurante para él y su esposa, pero que no podrían asistir porque se les había presentado un contratiempo. “¿Te gustaría ir con tu novio? Ya está todo pagado, fueron 200 pesos por persona”, me dijo. Sin pensarlo dos veces le dije que sí, aunque después vino la segunda parte de la inesperada propuesta: “Muy bien, la cena es tuya, sólo que hay una pequeña cláusula: debes llevar una toalla y una bolsa para guardar tu ropa porque todos los comensales están desnudos, ¿no tienes problema con eso?”

Hice un pequeño silencio, pasé saliva y luego respondí titubeante que no tenía ningún problema, aunque nunca antes había hecho algo así. Entre risas y dudas colgué con mi amigo, quien me dejó todos los datos de la persona con quien debía dirigirme: Ilaria Zambotti. La cita era a las siete de la noche en un lugar que le hace honor a su nombre: “Café Gourmet Naked Lunch 122”, ubicado en la calle de Mérida número 122, en la colonia Roma Norte.

Pasé la tarde buscando información sobre otras propuestas de comida al desnudo alrededor del mundo y parece que el concepto está de moda: un restaurante en Londres con una larga lista de espera de miles de personas que desean acudir para comer sin ropa; hay otro en Tokio, uno en Bogotá y hasta en Nueva York; todos con un gran éxito. Eso calmó mis nervios un poco.

Salí de mi trabajo a las 6:30 de la tarde y crucé avenida Insurgentes para llegar caminando al lugar por Álvaro Obregón. Mientras caminaba, las preguntas daban vueltas en mi mente y me hacían dudar si ir o no ir a la cena: ¿será un evento serio?, ¿me estarán mirando todo el tiempo?, ¿y si termina siendo otra cosa?, ¿qué pasa si me siento incómoda por estar sin ropa ante otros 25 extraños? Mi curiosidad y mi adrenalina subían en cada paso que me acercaba al restaurante.

Cena al desnudo en Naked Lunch.//Foto: Lina Ortíz.

Cena al desnudo en Naked Lunch.//Foto: Lina Ortíz.

Al llegar al pequeño lugar, el personal terminaba de ajustar los últimos detalles en las mesas y sillas. El evento parecía muy exclusivo, pues debido al poco espacio solo era para 25 personas. Hasta ese momento todos estaban con ropa (todavía). Así que me acomodé cerca de una esquina en una de las mesas junto con otra pareja y dos personas que iban solas.

Comenzamos a romper el hielo y a platicar; para la pareja de enfrente también era la primera vez que hacían algo así, aunque ya habían visitado el restaurante para probar las delicias de Ilaria, la dueña del lugar, una italiana que cocina evocando los sabores de aquel país mediterráneo.

Otros asistentes ya habían acudido a esa cena, que al parecer era una tradición reciente hacerla una vez al mes, por lo que ya se sentían familiarizados con la dinámica y animaban a los que asistían por primera vez a no tener miedo de quitarse la ropa. La mayoría de la gente se conocía y parecían ser amigos desde hace tiempo: se trataba de un grupo de nudistas que realizan diversas actividades en todo México y que dieron una cálida bienvenida a los nuevos comensales para desmitificar las ideas que existen sobre este tipo de eventos.

Dos de los asistentes durante la cena de Naked Lunch.//Foto: Lina Ortíz.

Dos de los asistentes durante la cena de Naked Lunch.//Foto: Lina Ortíz.

Por la puerta principal apareció Ilaria Zambotti para saludarnos y decir las reglas durante la cena: no fotos sin consentimiento, respeto a todos los asistentes y poner una toalla encima de las sillas: “Ya pueden quitarse la ropa, acá está el baño o si quieren pueden hacerlo ahí mismo en su lugar”

De pronto los más experimentados comenzaron a quitarse cada prenda rápidamente; los primerizos nos mirábamos de reojo tratando de adivinar quién sería el primero en despojarse de todas sus vestiduras. En una escena surreal, en unos minutos todos estábamos completamente desnudos en un restaurante esperando a que nos trajeran los alimentos.

Al principio me sentía un poco extraña, pero pronto ese sentimiento desapareció con la buena charla y la convivencia. Ninguno criticó a otro por su aspecto físico, tampoco hubo miradas indecentes o acosadoras, mucho menos culpa y el evento tampoco terminó en una orgía; ni siquiera hubo alguna insinuación sexual por parte de los comensales o de los meseros, todo se dio en un ambiente tranquilo, de respeto, cordialidad y hasta familiar, al grado que pronto, quienes llegamos por primera vez a este evento, nos sentimos tan cómodos que se nos olvidó que estábamos desnudos.

La cocina de Naked Lunch. //Foto: Naked Lunch.

La cocina de Naked Lunch. //Foto: Naked Lunch.

La chef vietnamita Jenny Gensterblumun preparó una deliciosa cena oriental de tres tiempos: como entrada un bruschette miste, de plato fuerte un pollo a la vietnamita con arroz y de postre un sorbete de limón y vodka. Para tomar había vino tinto, cervezas y una refrescante agua de limón con jengibre; yo elegí la tercera opción.

Entre risas, comida y copas las horas pasaron rápido y con la misma naturalidad que todos se quitaron la ropa, mis nuevos amigos comenzaron a vestirse de nuevo, poniendo fin a la agradable velada.

“¿Te gustó la cena? ¿La volverías a repetir?”, me preguntó uno de los asistentes. Esta vez respondí que sí sin titubear. Es una de esas experiencias que uno debe vivir al menos una vez en la vida. Y la próxima vez, como cada tercer jueves del mes, volveré de nuevo a ese café donde puedes cenar sin ropa y sin que nadie te juzgue.