Tal vez pueda parecerte extraño, pero si prestas atención a los sonidos que produces al masticar, probablemente comas menos.
Y si esta teoría no te termina de convencer, piensa en la situación contraria.
¿Te pasó alguna vez ir al cine y acabarte la bolsa de palomitas de maíz sin apenas darte cuenta? Eso se debe también a que tu cerebro estaba “distraído”.
Pero si hubieras prestado atención al crujido de esas palomitas mientras las masticabas, te habría llevado mucho más tiempo terminarte la bolsa o puede que ni siquiera lo hubieras hecho.
Lo mismo sucede cuando comes mientras miras la televisión o si compartes una cena con amigos y la conversación es animada.
Desde el punto de vista científico —aunque no tanto desde el social— lo mejor es que comas con las menores distracciones posibles, haciendo mucho ruido al masticar y escuchando ese sonido.
Un equipo de investigadores de la Universidad Brigham Young (BYU, en inglés) y de la Universidad Estatal de Colorado (CSU), EE.UU., llevó a cabo un experimento para probar esta teoría, a la que llamaron “efecto crunch“ (o crujido).
“Suele describirse como el sentido olvidado de la alimentación, pero si la gente reparara más en el sonido de los alimentos, podrían reducir su consumo”, explica Ryan Elder, de la BYU, uno de los autores del estudio publicado en la revista científica Food Quality and Preference.
Efectivamente, solemos tener en cuenta cómo se ve, huele o sabe la comida, pero no tanto cómo “suena”.
Gina Mohr, de la CSU (también coautora de la investigación), lo ratifica: “La mayoría de los consumidores e investigadores pasan por alto los sonidos alimentarios como una señal sensorial importante en la experiencia culinaria“.
Esos “sonidos alimentarios” son los que producimos al masticar, mascar y triturar la comida que ingerimos.
El problema, según Elder y sus colegas, se produce cuando otros sonidos “enmascaran” esos ruidos, que nos ayudan a ser más conscientes de lo que comemos.
Para averiguar el alcance de este fenómeno, los científicos llevaron a cabo tres experimentos, analizando la “prominencia del sonido en la alimentación”, tal y como se conoce a este efecto.
Y descubrieron que, incluso el simple hecho de sugerir a la persona que piense en sonidos alimentarios puede hacer que coma menos.
Uno de los experimentos mostró que la gente come menos cuando el sonido de la comida es más intenso.
Para probarlo, colocaron unos auriculares a los voluntarios para controlar el volumen en el que escuchaban sus ruidos al masticar algunos pretzels.
“Descubrimos que cuanto más alto era el sonido de los alimentos, menos comían los participantes”, le contó Mohr a la BBC.
Según Mohr, “escuchar el sonido de los alimentos nos recuerda que estamos comiendo”.
“Es un indicador natural que nos recuerda que estamos participando en el proceso alimenticio y nos ayuda a comer más conscientemente“.
Y sucede lo mismo a la inversa.
“Cuando enmascaras el sonido de los alimentos, como cuando ves la televisión mientras comes, ignoras uno de tus sentidos y eso puede hacer que comas más de lo que comerías normalmente”, dice Elder.
“Puede que los efectos no parezcan muy grandes (los voluntarios comían un pretzel menos de media) pero en el curso de una semana, un mes o un año, pueden aumentar considerablemente”.
Por su parte, Mohr señala que “cualquier sonido del entorno que pueda enmascarar el de tu comida podría producir los mismos efectos”.
Según la especialista, es aconsejable reducir los ruidos de nuestro alrededor mientras comemos en la medida de lo posible.
En cuanto a los sonidos de las conversaciones esa es, de acuerdo con Morh, “otra área de investigación”.
“Hay situaciones sociales que nos hacen modelar el volumen de nuestra masticación y ser más cuidadosos con el ruido que hacemos al comer”.
Aún así, según Mohr, lo importante es “prestar atención a ese ruido, ya sea más o menos alto”.
Aunque si lo que quieres es masticar a todo volúmen para hacer la prueba, quizás lo más aconsejable es que no lo hagas delante de tus amigos o tus compañeros de trabajo.