Para la antropología, muchas de las permisiones y prohibiciones de índole religiosa obedecen a claras razones prácticas que poco tienen que ver con los mandatos divinos. En esta segunda parte, Harris ahonda en los tabúes que imponen las leyes mosáicas a ciertos alimentos, y en cómo casi todas pueden explicarse por una relación de costo-beneficio.
Los antiguos israelitas llegaron a Palestina entre la Edad del Hierro temprana y la media, alrededor del 1200 a.C., y tomaron posesión del terreno montañoso que anteriormente no había sido cultivado.
Los bosques de las colinas de Judea y Samaria fueron rápidamente talados y convertidos en terrazas irrigadas. Las zonas adecuadas para la cría de cerdos con forraje natural quedaron seriamente restringidas. Cada vez más hubo que complementar la alimentación de los cerdos con cereales, lo que los hacía directamente competitivos con los seres humanos.
Los pastores y agricultores establecidos que habitan regiones en proceso de deforestación, podrían sentirse impulsados a criar cerdos por los beneficios a corto plazo, aunque sería sumamente costoso y de escaso valor adaptativo hacerlo a gran escala.
La prohibición eclesiástica registrada en el Levítico tenía la ventaja de ser categórica: al hacer que incluso una inocua y pequeña cría de cerdos fuera impura, se contribuía a erradicar la dañina tentación de criar una gran cantidad de cerdos.
Prohibir la cría de cerdos equivalía a estimular el cultivo de cereales, árboles y de fuentes menos costosas de proteínas animales. Además, del mismo modo que los individuos suelen ser ambivalentes y ambiguos con respecto a sus pensamientos y emociones, poblaciones enteras suelen serlo con respecto a algunos aspectos de los procesos de intensificación en los que participan.
Cuando Jehová prohibió el homicidio y el incesto, no dijo «que sólo haya unos pocos homicidios» ni «que sólo haya unos pocos incestos». ¿Por qué, pues, debería haber dicho: «Sólo comeréis puerco en pequeñas cantidades»?
Algunas personas opinan que el análisis ecológico de los costos y beneficios de la cría del cerdo es superfluo porque el cerdo es un animal excepcionalmente repugnante que come excrementos humanos y gusta de revolcarse en su orina y sus heces. Pero este enfoque no da cuenta de que si todos opinaran naturalmente de ese modo, el cerdo jamás habría sido domesticado ni se seguiría devorando gustosamente en tantas otras partes del mundo. A decir verdad, el cerdo se revuelca en sus heces y su orina únicamente cuando carece de fuentes alternativas de la humedad externa que necesita para refrescar su cuerpo sin pelos y sin sudor. Además, no puede decirse que el cerdo es prácticamente el único animal domesticado que, si tienen ocasión, engulle ávidamente excrementos humanos —por ejemplo, el ganado vacuno y las gallinas muestran muy pocas reservas en este sentido.
La idea de que la carne del cerdo transmitía el parásito que provoca la triquinosis también debe descartarse. Recientes estudios epidemiológicos han demostrado que los cerdos criados en climas cálidos rara vez transmiten la triquinosis.
Por otro lado, el ganado vacuno naturalmente «limpio», las ovejas y las cabras, son vectores del ántrax, la brucelosis y otras enfermedades humanas que son tan peligrosas, si no más, que cualquiera que el cerdo pudiera transmitir.
Otra objeción planteada contra la explicación ecológica del tabú del cerdo por parte de los israelitas, consiste en que no toma en cuenta el hecho de que en el Viejo Testamento también se prohíbe la carne de muchos otros animales.
Aunque es verdad que el tabú del cerdo es sólo un aspecto de un sistema global de leyes dietéticas, es posible explicar la inclusión de otros animales prohibidos mediante los principios generales de costos y beneficios.
La mayoría de las especies prohibidas correspondían a animales salvajes que sólo se obtenían mediante la caza. Para un pueblo cuya subsistencia dependía principalmente de las manadas, los rebaños y la agricultura cerealera, la caza de animales—sobre todo de especies que se habían vuelto escasas o que no vivían en el hábitat local— era un mal negocio con respecto a la relación entre costos y beneficios.
Comencemos por los animales de cuatro pies con«garras» —Levítico (11:27)—. Aunque no están identificados por especies, los animales «con garras» debieron ser, principalmente, carnívoros como los gatos monteses, los leones, los zorros y los lobos. La caza de estos animales como fuente de proteínas es el mejor ejemplo de una producción cárnica de bajos beneficios y altos costos. Estos animales son escasos, flacos, difíciles de encontrar y difíciles de matar.
El tabú de los animales con garras probablemente incluía al gato y al perro domesticados. Los gatos fueron domesticados en Egipto para cumplir con la función altamente especializada del control de los roedores. El hecho de comérselos, salvo en emergencias, no habría mejorado la vida de nadie, excepto de las ratas y ratones —en cuanto a la ingestión de ratas y ratones, los gatos pueden hacerlo con más eficacia—.
Los perros eran utilizados, principalmente, para el pastoreo y la caza. Para producir carne, con excepción de huesos, cualquier cosa que se le diera a un perro se aprovecharía metiéndola en la boca de una vaca o de una cabra. Otra categoría de carne prohibida en el Levítico se refiere a los habitantes acuáticos sin aletas ni escamas. Por analogía, se incluyen anguilas, crustáceos, ballenas, marsopas, esturiones, lampreas y bagres. Desde luego, era improbable encontrar una cantidad significativa de estas especies en las lindes del desierto del Sinaí o en las colinas de Judea.
Las «aves» constituyen el grupo más extenso de animales prohibidos que son específicamente identificados: el águila, el quebrantahuesos, el esmerejón, el milano, el buitre, el cuervo, el avestruz, la lechuza, el loro, el gavilán, el búho, el somorgujo, el ibis, el calamón, el cisne, el onocrótalo, el herodión, el caradrión, la abubilla y el murciélago —el último erróneamente clasificado como ave, Levítico (11:13-20)—. También son especies sumamente esquivas, raras o nutritivamente triviales: su valor nutritivo es aproximadamente el mismo que uno puede esperar de un bocado de plumas.
Si nos dedicamos a la categoría «insectos», está escrito que «todo insecto alado que anda en cuatro patas» está prohibido con excepción de la langosta, el langostín, el aregol y el haghah, que tiene por arriba de sus patas delanteras otras dos con las cuales «salta encima de la tierra». Las excepciones resultan altamente significativas. Las langostas son insectos grandes y carnosos; aparecen en grandes cantidades y se recogen fácilmente como alimento durante lo que es probable que se convierta en un periodo de hambre a causa del daño que ellas mismas provocan en campos y pasturas. Tienen una relación de altos beneficios por costos.
También existe la prohibición sobre los animales que «rumian», pero que no tienen «pezuñas hendidas», y los animales que tienen «pezuña hendida» pero «no rumian», cuyo único ejemplo es el puerco.
No soy contrario a la idea de que una o dos delas especies mencionadas en el Levítico quizá no fueron prohibidas por motivos ecológicos, sino para satisfacer prejuicios azarosos o para coincidir con algún oscuro principio de simetría taxonómica inteligible únicamente para los sacerdotes y profetas del antiguo Israel. Me gustaría que estos comentarios también se aplicasen a la categorías de animales que «van arrastrándose sobre la tierra»: comadreja, ratón, lagarto, salamanquesa, cocodrilo y camaleón. Algunas de estas especies —por ejemplo, los cocodrilos— parecerían totalmente inútiles como fuentes alimenticias para los israelitas, pero no podemos estar seguros con respecto a otras de las mencionadas sin un detallado estudio de su estatus ecológico.
Aunque el camello es el único animal domesticado específicamente mencionado entre los que rumian pero no tienen pezuñas hendidas, las autoridades rabínicas siempre han incluido a los caballos y a los asnos en la misma categoría. En realidad, lo que estas tres especies domesticadas tienen en común —ninguna «rumia»—, es que son grandes animales de altos costos y altos beneficios que los israelitas mantenían por su contribución al transporte y a la tracción. No mantenían grandes cantidades de camellos ni de caballos. El caballo era utilizado principalmente por motivos aristocráticos y militares, en tanto los camellos se especializaban para las caravanas en lo profundo del desierto. Ninguno podía suministrar cantidades significativas de proteínas animales sin perturbar su función principal. Los asnos constituían el principal animal de carga de los israelitas, pero tampoco podían matarlos para usarlos como alimento sin sufrir grandes pérdidas económicas. En síntesis, los «rumiantes» domesticados que no tenían pezuñas hendidas eran demasiado valiosos para comerlos.
Sinteticemos: en la lista de las especies prohibidas en el Levítico no hay nada que se oponga a la explicación ecológica del tabú del cerdo. En todo caso, la norma global parece ocuparse de prohibir fuentes de carne inconvenientes o costosas. La confusión que rodea al tema de los tabúes animales parece atribuible a una preocupación demasiado estrecha por la historia singular de culturas particulares abstraídas de su emplazamiento regional y de los procesos evolutivos generales. Volviendo al caso principal, el antiguo tabú israelita del cerdo nunca se podría explicar satisfactoriamente en términos de valores y creencias privativos de los israelitas. El hecho es que los israelitas sólo fueron uno de los muchos pueblos de Oriente Medio a los que el cerdo les resultó cada vez más oneroso.