Ana Laborde fundó BioSolutions en 2010, seis años después de que conociera los bioplásticos en Francia. Se propuso crear un biopolímero que no estuviera hecho de fuentes alimenticias —como se hacían, entonces, a partir de maíz y papa—. Después de que todo el mundo le dijo que no era posible, lo consiguió.
Laborde se entusiasmó con el boom de bioplásticos en Europa mientras estudiaba una maestría en Negocios Internacionales en Francia, hace 11 años. Allá supo que existían empresas dedicadas a reducir el uso de polímeros en la fabricación de envases plásticos al sustituir los derivados del petróleo por fibras vegetales provenientes, principalmente, de la papa o el maíz.
La posibilidad de desarrollar esa tecnología en México se fijó en su mente, aunque la confrontaba —recuerda— con un dilema ético: emplear fuentes de alimentación (como el maíz o la papa) para la fabricación de biopolímeros en un país donde 18.2% de la población enfrenta pobreza alimentaria (incapacidad para acceder a la canasta básica alimentaria, aún si se gastara todo el ingreso del hogar en ello), según el Consejo Nacional de Evaluación de Desarrollo Social (Coneval). Decidió que tenía que encontrar una alternativa.
La solución pareció llegar mientras tomaba un tequila en compañía de su padre: “¿Y si el desecho de agave pudiera utilizarse como insumo para crear biopolímeros?”. El pensamiento rondó la cabeza de Laborde durante meses. De conseguir su propósito, Laborde ayudaría a paliar dos problemas: el de la contaminación por plásticos derivados del petróleo que tardan hasta 500 años en degradarse, y el del manejo del desecho agroindustrial de agave (bagazo), del cual se generan 648 mil toneladas al año en México, de acuerdo con la Unidad de Materiales del Centro de Investigación Científica de Yucatán.
En 2009, Laborde obtuvo el Premio Domos al Emprendimiento Verde por su proyecto, reconocimiento que iba acompañado con 46 mil dólares, capital semilla para financiar la investigación y desarrollo de su producto en un laboratorio.
En el laboratorio contratado, los expertos intentaron desalentarla, le aseguraron que la hipótesis de obtener biopolímeros del agave era imposible. Pero los resultados dieron la razón a la emprendedora. Con el trámite de la patente iniciado en 2010, Laborde tocó las primeras puertas de posibles clientes, pero el mercado fue más rudo que los expertos del laboratorio: las empresas transformadoras de plástico no mostraron interés en adquirir su producto, entre 15% y 30% más caro que los polímeros derivados del petróleo.
Esto la obligó a replantearse la estrategia comercial y reenfocar la mirilla hacia empresas socialmente responsables. Entre sus clientes están: 3M y Fagro Alimentos.
“El producto está listo para el mercado, es el mercado el que aún no está preparado para recibir los biopolímeros”, enfatiza Laborde.
Sin embargo, bajar los costos de producción aún es un tema pendiente para que el mercado de los bioplásticos detone en México, considera Rubén Muñoz, director de Medio Ambiente, Seguridad e Higiene de la Asociación Nacional de la Industria Química (ANIQ). El presente es esperanzador para BioSolutions, que es una empresa con apuesta a futuro. De acuerdo con sus cifras, en 2015 su producción creció 80% con respecto a 2014 y su planta tiene capacidad para fabricar hasta 500 toneladas de biopolímeros anuales.
El futuro para Laborde luce verde y con aroma de agave.
Tan solo en México se producen alrededor de 9000 millones de botellas PET, que representan casi una tercera parte del total de la basura doméstica generada cada año. Aproximadamente 90 millones de esas botellas son lanzadas en las vías públicas, bosques y playas.