En las comunidades rurales vemos pequeñas parcelas sembradas con maíz; si nos acercamos, habrá muchas otras plantas: frijol que se enreda en la caña del maíz, chile, calabaza y diversos quelites como verdolaga, quintonil o malva, así como epazote. Este concepto agrícola, en el que en un mismo lugar conviven distintas plantas, es único en el mundo; se le conoce como policultivo y está considerado como un sistema productivo y sustentable.
Silvia Terán, Christian H. Rasmussen y Olivio May Cauich coinciden en que hoy han sido reivindicados “los valores ecológico, genético, económico y cultural de los sistemas tradicionales de manejo de la naturaleza”, los cuales “obedecen a una racionalidad profundamente acorde con aquella de los ecosistemas en que se han desarrollado… por lo tanto, son prácticas que se inscriben en el ahora llamado desarrollo sustentable”.1
La milpa replica a la naturaleza, pues en ella todo es diversidad. Los monocultivos que se inician en lugares como China (para el caso del arroz) o Mesopotamia (para el trigo) a la larga resultan fatigas para la tierra, pues toman siempre los mismos nutrientes y no es fácil reponerlos. Por eso, fueron creados los agroquímicos cuyos efectos en suelos, cuerpos de agua y en la salud están más que documentados.
Ejemplos de equilibrio en la milpa son el maíz y el frijol, que fija el nitrógeno que el maíz necesita. Esto también ocurre en la alimentación, pues entre los aminoácidos que conforman la proteína del maíz, falta la lisina que aporta el frijol; cuando comemos un taco de frijoles, tenemos una proteína balanceada. Otra manera de intercambio está presente en la calabaza. Lo ancho de sus hojas cubre los suelos y evita la evaporación; también impide el crecimiento de malezas.
Entre las plantas de la milpa se da lo que conocemos como aprovechamiento integral. El profundo conocimiento que los antiguos mexicanos tuvieron de la naturaleza y que está presente en las culturas indígenas de hoy permite que a lo largo del ciclo agrícola, que dura cerca de nueve meses, haya alimento casi en forma constante.
El maíz es una muestra excepcional: aprovechamos la caña tierna como golosina, la espiga, los jilotes, los elotes y las mazorcas maduras y sus hojas; también el olote. Al final de la cosecha obtenemos forraje. Del frijol se usa la flor para hacer guisos; le siguen los ejotes, y luego el frijol tierno; finalmente aprovechamos las semillas ya maduras en un sinnúmero de preparaciones. En algunos lugares de Oaxaca se utiliza también en la cocina el frijol recién germinado que quedó en la parcela.
Al dar datos acerca de la productividad del maíz, se olvida que cuando se cultiva en una milpa tradicional no es el único producto que ahí se genera; frijol, calabaza, chile, quelites y otras plantas, así como pequeños insectos, son productos que permiten a los campesinos contar con una alimentación variada e intercambiarlos para obtener otros insumos. Gracias a los productos de la milpa se quintuplica la ganancia económica obtenida si sólo se considera el maíz.
Recordemos además que las pequeñas unidades agrícolas predominan en el campo mexicano; muchas son milpas que generan 39% de la producción agropecuaria nacional y la mayor parte de los empleos de este sector. De ahí proviene cerca de 70% del maíz blanco para tortillas y 60% del frijol que consumimos. 2
Proteger los maíces nativos y la milpa garantiza una forma de alimentación sustentable y sana, que nos permite autonomía y soberanía alimentaria.
____________________
Sobre el autor
Maestra en Letras por la UNAM e investigadora especializada en cocina mexicana. Colabora en La Jornada, donde escribe con Marco Buenrostro la columna “Itacate”. Ha escrito varios libros y es integrante de la campaña “Sin maíz no hay país”.