Las abejas se están muriendo. El futuro se ve desesperanzador: nuestras mañanas tendrán hot cakes con jarabe “sabor miel” —por supuesto, artificial— y las historias sobre las abejas serán leyenda. Oh, no queremos ni quiera pensar en eso.
En México, la explotación descontrolada de recursos naturales y las interminables lluvias del verano han hecho que las abejas meliponas productoras de miel (las que no tienen aguijón, que pican y no duele) estén disminuyendo sus poblaciones. Según la NOM-059 emitida por la SEMARNAT en 2010 no hay registros exactos que demuestren que esta abeja nativa se encuentre en la lista de especies en riesgo de extinción, aunque sí hay registradas grandes pérdidas. Stephane Palmieri, presidente de la Fundación Melipona Maya indica que en los últimos años el número de enjambres se ha visto reducido hasta en un 80% en Quintana Roo, cifra también confirmada por los censos agropecuarios del INEGI. Actualmente 2,200 de estos enjambres están en comunidades indígenas apicultoras, principalmente en Puebla, Veracruz, Yucatán, Quintana Roo y Campeche.
Entre las amenazas que enfrentan las abejas y el mal aprovechamiento de las producciones artesanales de miel, sobre todo entre comunidades indígenas —mayas, totonacas y bla—, el panorama no se ve muy esperanzador.
Pero no todo está perdido… aún.
En el pueblo de Cuetzalan, en la Sierra Noroeste de Puebla, conocí a Ignacio Arriata Mendoza, un apicultor de 35 años dedicado fielmente a la melipona. Él es parte de la Cooperativa Tosepan Titataniske —cuyo nombre significa “unidos venceremos” en náhuatl, que desde hace 35 años ha trabajado con los indígenas de la región para salvaguardar tesoros agrícolas mexicanos, como la miel, el café y pimienta.
Tosepan está trabajando para proteger a la abeja Pisilnekmej (melipona), ya que es nativa de la región y tiene una importancia ambiental, social y económica para la comunidad. Además, está enseñando a través de seminarios el oficio de la apicultura a los jóvenes. Los productores venden su miel y otros productos de mancuerna a la Cooperativa a un precio razonable, posteriormente la Cooperativa comercializa la miel, el polen y los propóleos y los usa para hacer cosméticos.
Desde que tiene memoria, Ignacio y su padre de 50 años han dirigido el negocio de la “miel vitaminosa” (como él mismo la llama) de manera independiente. El enfoque de estos pequeños productores indígenas es conservar su cultura, preservar a sus abejas y promover la salud del pueblo a través del consumo de la miel.
“Los mayas usaban estas mieles vírgenes para curarse de muchas enfermedades, no tenían farmacias. Nosotros tampoco, tenemos que cruzar el pueblo para conseguir algo [de medicina], pero en realidad no es necesario porque la naturaleza nos ofrece todo. La única diferencia es que nosotros los indígenas, la conocemos y vivimos en ella”, me cuenta Ignacio.
Avergonzada un poco de mis raíces citadinas, le pregunté cuáles son las cualidades de esta miel maya. Ignacio se acomoda el sombrero que no se quita aunque no haya sol. “Esta es medicina ancestral, aquí nadie se enferma. Hace unos años mi padre tuvo una gastritis muy fea, se tomó tres cucharadas de miel durante un mes y su enfermedad desapareció. Quita también cicatrices, cataratas, y hasta ayuda a las mujeres con problemas de fertilidad”.
Despues de ofrecerme un atole blanco recién hecho, Ignacio me mostró su pequeña fábrica de abejas. “Ahí dentro está nuestro legado, se llaman hobones”, me dijo señalandome unas cosas que para mi eran jarrones. Con miles de abejas zumbando a mi alrededor, Ignacio me explica la técnica de cultivo de abejas que utiliza es casi la misma que usaban los mayas. La diferencia es que en vez de usar troncos de árboles, utiliza ollas, pues no quiere dañar los árboles de la región. El método consiste en colocar dos ollas de barro puestas de manera vertical una sobre la otra, para que simulen el interior hueco de un tronco. Los mayas le llamaban a estos troncos huecos “hobones”, y sellaban cada extremo con tierra roja, dejando un conducto de entrada y salida para las abejas. Dos veces al año se abre este tronco para la extracción de miel, y se sella de nuevo para otro ciclo de producción. Tanto los mayas como las comunidades indígenas de ahora celebran la cosecha con una bebida llamada “balché” hecha con miel fermentada y un poco de corteza de árbol. Deliosa.
Me ofreció una prueba mientras me cuenta que él no tiene relación con los grandes productores porque ellos combinan la miel con otras sustancias, quitándole la pureza de la que él se siente tan orgulloso. Convencida de que estaba a punto de probar un elíxir, tomé la cuchara más grande. Contrario a lo que esperaba, la miel me supo agridulce y no extremadamente dulce como otras. (Ahora sé que las mieles hiperdulces no son vírgenes.) No sé cómo haya respondido mi sistema inmune, pero definitivamente mi paladar lo agradeció.
Después de la degustación, Ignacio me explicó el proceso de la miel, desde la compra de las ollas de barro hasta su empaque y conservación. Ignacio hace un viaje corto a “San Miguel de las Ollas” —como llaman a San Miguel Tenextatiloyan, una pequeña región en la Sierra Norte de Puebla cuya actividad principal es la fabricación de ollas de barro— para conseguir las ollas de barro que utiliza en el cultivo de las abejas. Dice que se trata de un barro “muy fino y limpio” que no permite que los jarrones se agrieten, dejando pasar insectos u otras partículas que contaminen la miel. Ignacio utiliza frijoles negros como conservante natural pues quiere que su miel siga siendo virgen. Los coloca dentro de las botellas de vidrio donde envasa la miel. “Con dos o tres frijoles dentro de las botellas es suficiente para conservar el sabor y la frescura de la miel. Así su sabor no se amarga y su textura no se hace cristalina”, dice. “El sabor dura intacto hasta tres años”.
A pesar de que la producción a veces se reduce, a Ignacio no le interesa elevar los costos. “Queremos que la gente conozca este legado, que sepa la importancia de las abejas y las cuide”, me contó.
Tosepan inició un programa de acopio, transformación y comercialización de miel virgen en 2003 con 120 productores con edad promedio de 70, a los que ayudan a comercializar de la mejor forma su pequeña producción. Actualmente ya son 300 productores nahuas y totonacas mucho más jóvenes, y en el año 2005 se lograron acopiar 2500 litros, la mayor concentración de miel virgen en todo el mundo.
Por otro lado, Stephane Palmeri, presidente de la Fundación Melipona Maya y su coordinador ambientalista Aniceto Caamal Cocom, impulsaron un proyecto que comenzó en el año 2013 en Tulum, el cual pretende exportar la miel mexicana a Francia para la fabricación de cosméticos. La empresa Ballot Flurin aceptó el acuerdo de donar a la fundación el 10% de sus ganancias, obtenidas vendiendo cremas de la línea Apicosmetique, que van de 17€ a 80€.
En el año 2014, la Fundación Melipona Maya recibió 580 mil pesos de este acuerdo. Este dinero fue destinado en su totalidad a la compra de colonias madre y cajas de madera para aumentar la reproducción de las abejas. Merci, franceses, están pagando para que nuestras abejas sobrevivan y sigamos teniendo miel de la buena.
“Van a pasar tres años para tener producciones industriales, pues las meliponas aún están en peligro de extinguirse. Por eso primero trabajaremos el rescate de la especie, aunque la producción de miel sea muy poca. Pensamos tener unas 600 cajas de abejas para el 2016”, indicó Caamal Cocom.
Todavía no cantamos victoria, pero al menos ya sabemos qué hacer para asegurarnos de no quedarnos sin miel. La miel que hace Ignacio y otros productores de Cuetzalan cuesta 300 pesos el litro, y cuando la compras, además de bañar tus hot cakes con miel virgen de la mejor calidad, estarás promoviendo el comercio justo y la preservación de las abejas. Solo tienes que hacer un road trip de 3 horas desde la Ciudad de México para conseguirla. O, viajar 12 horas en avión para comprar las cremas francesas hechas con miel mexicana. Como quieras, todo sea por el bien de la miel.