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Mientras el mundo se calienta, ¡yo súper cool!

Por Animal Gourmet

Para cualquiera de nuestros ancestros, desde que el tiempo es tiempo las predicciones climatológicas han sido la pieza fundamental de todas las actividades desarrolladas por los habitantes de este deslavado planeta azul. La llegada de las lluvias, las temperaturas máximas, los frentes fríos, los ciclones, las tormentas de nieve, etcétera, han sido en mayor o menor medida del interés de todas las civilizaciones.

Nosotros, como ciudadanos del siglo XXI, tenemos hoy a nuestro alcance infinidad de herramientas satelitales capaces de develarnos instantáneamente en nuestro inseparable celular —cual bola de cristal— el pronóstico del tiempo —que dicho sea de paso, no sé a quién se le ocurrió utilizar las misma palabra para referirse al tiempo y clima. Imagínese la siguiente expresión: “te espero a las 10, ojalá y llegues a clima”—.

En fin, con la tecnología moderna y una recurrente recarga a su amigo tel-slim, usted puede consultar, en tiempo real y extendido, las condiciones climáticas de cualquier rincón del globo aun si el rincón en cuestión no es —todavía— territorio Telcel. ¿No es maravilloso?

Gracias a la cantidad de satélites que peinan sin descanso 24/7, de izquierda a derecha, de norte a sur, de arriba a abajo toda la faz de la tierra, estamos todos protegidos de hacer un “pancho” al elegir, por ejemplo, nuestro atuendo del día; imagínese qué oso llegar al antro sin chamarra, ni paraguas, por no saber que Paulina no es un ‘date’, sino un fenómeno meteorológico.

Claramente para algunas personas, el clima es sólo una momentánea reflexión en la selección de la vestimenta. Sin embargo, para muchos de nosotros es el cronista implacable que devela las heridas dejadas tras años de humanidad energética. Cambio climático, calentamiento global o ciclo cálido recurrente; poco importa cómo se le llame, lo cierto es que para nosotros cada vez hace más calor y se presenta más temprano.

En el mundo del vino, la discusión de los efectos del calentamiento climático sobre las regiones vitivinícolas, es por mucho el tema más recurrente abordado por especialistas, productores y consumidores del vulnerable brebaje.

Hace un par de meses una afamada revista francesa de ciencia dedicó su portada, y el artículo de las páginas centrales, al efecto que está teniendo el calentamiento de la tierra sobre los vinos de las icónicas regiones galas. Aunque hay afamados vinicultores de Borgoña y Burdeos que insisten en decir: “no pasa nada, este fenómeno lo vivimos en el 2003. Simplemente cosechamos un poco antes y con mejor madurez”. Las preguntas ante el escenario actual no son menores y las posibles respuestas son poco satisfactorias.

Para que se haga su propia opinión, estimado aficionado al vino, le recomiendo navegar en el ciberespacio y echarle un vistazo a los múltiples artículos sobre el candente tema. La información que verá denota cambios importantes, al menos en la conformación del mapa vitivinícola actual. Hoy por ejemplo, si volteamos al sureste de Inglaterra, no es nada extraño ver un paisaje de viñedos.

¡Si! viñedos en la ‘Great Brittany’. Para los ‘winegrowers dreamers’ de aquella septentrional isla, el cultivo de las uvas ha dejado de ser una necedad enológica y gracias a las cada vez más frecuentes ondas cálidas veraniegas es fácil alcanzar la maduración regular de sus bayas. Hace apenas unos días, en medio de las competitivas raquetas de Winbledon, se rompió el récord histórico de temperatura para el mes de julio, con un 36.7 grados Celsius en pleno Londres; no sería descabellado pensar que antes del 2040 encontremos vinos de regiones como Inglaterra, Dinamarca o Noruega compartiendo las cartas de afamados restaurantes, especialmente los de la lista S.Pellegrino.

Por el momento, para 2015, los estudiosos de la climatología vitivinícola pronostican un año extremadamente complicado. La ola de calor asfixiante que ha invadido en las pasadas semanas el viejo continente y la posibilidad de que las altas temperaturas continúen, vaticinan una añada vitícola como la vivida el 2003 —hasta ahora el año más caluroso del siglo, y de hecho el más caluroso desde 1540 en un país como Francia según algunos registros—.

Ante tales predicciones, ¿qué podemos esperar de regiones como Borgoña —donde la elaboración histórica del Pinot Noir se basa en la obtención de vinos elegantes y delicados? ¿Cuál será la expresión varietal en Burdeos, del sutil y frágil Cabernet Franc o del Merlot históricamente recordado por su frutalidad—, cuando en ambas regiones se siguen acumulando días de 40 grados Celsius? Quizá sea prematuro predecir los problemas que se enfrentarán para la cosecha 2015, sin embargo los indicativos de estrés hídrico en algunos viñedos del viejo mundo no pueden pasarse por alto.

La pregunta obligada es: ¿estamos ante una situación inhabitual o será como vaticinan algunos estudios del cambio climático que dice que los veranos extremos se volverán cada vez más frecuentes?; incluso, dicen, serán algo normal a partir de 2040.

Una cosa es clara: a las vides no les gusta el calor excesivo, particularmente si éste ocurre al final del ciclo de maduración. Aquí, en nuestra deshidratada Ensenada, estamos con una sequía acumulada cuyo impacto en la mortandad de las plantas es preocupante. Para mí, el tema primordial no es si se está calentando el planeta o si estamos dentro de uno de los ciclos cálidos de los que se establecen cada 150 o 200 años en la tierra. La pregunta se debe de centrar en: ¿Cómo podemos enfrentar desde el viñedo el clima actual? ¿A qué sabrán nuestros vinos en el futuro próximo? ¿Cómo se modificará la fauna y flora que nos rodea?

Es obvio que no podemos fincar nuestras esperanzas en la próxima cumbre climática a efectuarse en París —que supone retomará el escaso camino andado después de la reunión de Kioto de hace 18 años—. No se necesita saber mucho de geopolítica mundial para vaticinar el inminente fracaso de tan pomposa reunión. Sólo hay que imaginar a los elegantes asistentes defendiendo sus intereses en un agradable ambiente “climatizado”. Ya de entrada, el monstruo chino se desmarcó de hacer algún esfuerzo antes del 2030 y bueno qué decir de nuestros vecinos, defensores incansables de un mundo mejor. Ellos, simplemente, rechazaron firmar cualquier protocolo sobre cambio climático.

De mi parte sugiero que empecemos asimilando el muy probable aumento de temperatura media de la tierra en 2 a 3 grados Celsius en los próximos 25 años y abordemos con seriedad el consiguiente impacto en la fisiología del viñedo actual. ¿Qué prácticas agrícolas nos permitirán “hacer vino”? Como consumidores, imaginemos cuál será el argumento de una denominación de origen si con la climatología venidera, la expresión del terroir que la vio nacer no conservará la tipicidad característica de la región. Por ejemplo, en California, la acidificación de los jugos de uva como la disminución del grado alcohólico de los vinos por medio de osmosis inversa son una práctica cotidiana. Desafortunadamente no todo en la vida es poner y quitar; una región de clase mundial supone que gracias al equilibrio natural de los componentes de sitio —suelo, planta, clima y hombre— se obtiene la expresión máxima de un viñedo.

Es momento de desempolvar algunos libros —incluyendo la encíclica Laudato Si del papa Francisco-— y replantear los conceptos de la vinicultura de clase mundial. Debemos de aproximarnos a la deconstrución de cada uno de los elementos que componen el sitio y entender estos como versátiles piezas de un nuevo rompecabezas.

En Baja California, por ejemplo, mientras aparece el anunciado Niño, el vigor genético y la eficiencia hídrica de algunos viñedos ejercerá su implacable influencia sobre la selección de los varietales a cultivar en un futuro. Seguramente será necesario, también, replantear el concepto de mezclas de uvas dándole un enfoque de complementariedad a los elementos estructurales del vino. Por último, las cosechas escalonadas en la planta tomará el lugar del tradicional corte parcelario.

Ahora que si lo que realmente queremos es un mundo mejor, debemos de asumir el medio ambiente como un bien común y no como el estrato donde simplemente realizamos nuestras actividades.

Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad”.
—EPFCV