Para la mayoría de capitalinos el concepto basura se relaciona con los desechos que necesitamos eliminar y mantener lejos de nuestros hogares. Si consideramos que la capital y el área conurbada suman más de 20 millones de habitantes, y cada uno genera al día, en promedio, casi kilo y medio de los llamados Residuos Sólidos Urbanos (RSU) —materiales producidos por casas habitación y comercios, además de los generados por el uso diario de la vía pública—, el correcto manejo, recolección y disposición de éstos tendría que ser una prioridad. En la práctica, sin embargo, existen omisiones y problemas que impiden la adecuada gestión de los residuos en la Ciudad de México. Empezando desde nuestros hogares. La separación de basura es ley obligatoria en muchos países, incluidos casos de éxito como Alemania o Suecia (país donde sólo 4% de los desechos termina en rellenos sanitarios; en México, más de 70%). Estadísticas del Inegi muestran que apenas 18% de los hogares capitalinos respetan la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos, (publicada en el Diario Oficial en 2003), y separan la basura en orgánica e inorgánica. “Aunque un buen sector de la población sabe qué es separar los residuos —explica el doctor Sergio Palacios Mayorga, Investigador del Instituto de Geología de la UNAM—, desafortunadamente la gente insiste en no hacerlo porque piensa que es más complicado y toma tiempo”. El especialista añade que la ley de separación obligatoria del Distrito Federal ha fracasado porque no se sanciona de forma obligatoria como ocurre en países desarrollados. Las campañas informativas hasta ahora resultan insuficientes y tampoco han cumplido sus objetivos.
Antes de su cierre definitivo, el Bordo Poniente recibía al año entre 4.3 y 4.7 millones de toneladas de residuos (aproximadamente 12 mil toneladas al día, más de 92% de los desperdicios diarios del Distrito Federal). Aunque la clausura del “basurero más grande del mundo” se oficializó el 31 de diciembre de 2011, su aliento agonizante —en el Bordo Poniente descansan más de 70 millones de toneladas de basura— despierta de tarde en tarde y abruma con su hedor a la Ciudad de México.
Al desinterés de la población se suma la proliferación alarmante de basureros clandestinos en diferentes puntos de la ciudad. Basta una rápida búsqueda en internet para localizar quejas en Neza, Iztapalapa, Santa María la Ribera, Coyoacán, Río Churubusco, Roma, Condesa y muchas zonas más. Los vecinos se quejan de la inacción de las autoridades delegacionales, de la fauna nociva (roedores, cucarachas, moscas) a las afueras de sus casas y de los peligros a la salud por la descomposición de los residuos. Camellones, parques, calles solitarias. Daría la impresión de que cualquier punto es bueno para tirar la basura… excepto los depósitos designados para ello.
La Sección 1 de Limpia y Transportes del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno del Distrito Federal, dedicada al barrido, recolección y transporte de los residuos sólidos del área metropolitana, cuenta con una plantilla de 14 mil 148 trabajadores sindicalizados, cerca de 5 mil eventuales y aproximadamente 10 mil voluntarios (barrenderos, carretoneros y tamberos, quienes rentan o compran sus carros para trabajar). El ciclo comercial de la basura inicia cuando el chofer de la unidad y sus trabajadores hacen una separación de la basura, acopian lo que tiene valor y lo venden por su cuenta. Aunque se trata de una actividad no regulada por las autoridades, de acuerdo con Palacios esta práctica al menos favorece la separación y permite a miles de familias generar un ingreso extra.
Es a partir de las llamadas “estaciones de transferencia” que arranca el negocio millonario. Una vez que los camiones callejeros entregan su carga, en estas instalaciones se hace una última selección; la basura no separada se traslada en tractocamiones para conducirla a su destino final, algún relleno sanitario normalmente ubicado en el Estado de México (Xonacatlán, Cuautitlán Izcalli, Ixtapaluca, entre otros) y Morelos. Este proceso sólo provoca que la basura “se pasee” durante kilómetros y termine contaminando en otra parte. Los tráileres pertenecen a empresas particulares contratadas por la Dirección General de Servicios Urbanos. A finales del año pasado, entre éstas destacaban Transportes Ecológicos Pavorreal, Transportes Olímpicos, Técnica Internacional en Limpieza y Transportes Especializados en Desechos Industriales, entre otras.
La Ciudad de México cuenta con 13 estaciones de transferencia para procesar más de 12 600 toneladas diarias de basura. Las delegaciones que generan mayor número de residuos sólidos al día son Iztapalapa (2 072 toneladas, que incluyen los desechos producidos por la Central de Abastos), Gustavo A. Madero (1 898 toneladas) y Coyoacán (1 026). El costo anual de las estaciones de transferencia suma cerca de 686 millones de pesos.
“No se sabe exactamente cuántos tiraderos hay en el Estado de México todo depende del rumbo que lleven los camiones —explica Mayorga, quien también es director del proyecto universitario Birsma, especializado en el manejo de residuos sólidos—. Pero estos tiraderos también son privados: le cobran al DF un pago por aduana de entre 150 y 178 pesos por cada tonelada de basura. A esto se debe el costo tan exorbitante que paga anualmente el gobierno local para disponer ahí sus desechos”. Sólo entre enero de 2012 y abril de 2014 el gobierno capitalino pagó más de 3 mil millones de pesos en transportar/depositar miles de toneladas de residuos sólidos en rellenos sanitarios como la Mina El Milagro, administrado por la empresa privada Tecnosilicatos de México, que entre sus servicios ofrece: recepción de residuos sólidos, recepción de residuos de construcción y creación de nuevos sitios de disposición final (rellenos sanitarios).
Si reflexionamos sobre este monto exorbitante, resulta fácil deducir que a los empresarios de la basura no les conviene que la gente separe los residuos ni que estos se reciclen. Todo lo contrario: entre peor sea el manejo de la basura en el Distrito Federal más dinero para su negocio.
Los desechos alimenticios o basura orgánica conforman 34% del total de los residuos. La ciudad tiene nueve plantas de composteo ubicadas en las delegaciones Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Iztapalapa y Xochimilco. Allí se procesa 25% de la basura orgánica total. El resto también termina en rellenos sanitarios.
De acuerdo con datos de la Semarnat publicados en 2011, 72% del volumen generado de residuos sólidos en el país se dispuso en rellenos sanitarios y sitios controlados; 23% se depositó en sitios no controlados (tiraderos al aire libre) y el restante 5% fue reciclado. Esto significa que casi una cuarta parte de los residuos sólidos nacionales termina a cielo abierto en zonas no supervisadas (barrancas, cerros, zonas despobladas, lagos).
El problema es que estos residuos liberan Metano, un gas de efecto invernadero, altamente dañino para el entorno, que contribuye con el calentamiento global (una molécula de metano arroja hasta 24 veces más calor a la atmósfera que una Dióxido de Carbono). Otro inconveniente son los incendios: originados por el “efecto lupa” de vidrios y cristal, alimentados por el metano y otros materiales inflamables; los fuegos pueden durar días, incluso semanas. Los plásticos quemados emanan uranos y dioxinas, dos sustancias altamente cancerígenas, las cuales son aspiradas por las poblaciones aledañas a estos vertederos en llamas.
Un peligro más para la salud son los lixiviados (el “jugo de la basura” resultante de la mezcla de líquidos de desecho). Estos fluidos tienden, por su peso, a hundirse en el subsuelo; contaminan ríos subterráneos y otras fuentes de agua potable. Por supuesto, desencaden infecciones gastrointestinales como amebiasis, salmonelosis, disentería, ascaridiasis, parasitosis, cólera y fiebre tifoidea; además de enfermedades respiratorias como rinitis, conjuntivitis, sinusitis y traqueobronquitis, entre otras.
El jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, ha reconocido que la solución al problema de la basura depende de un enfoque integral que abarque cada uno de los procesos relacionados con el manejo de los residuos del Distrito Federal. Desde el lado de la población se requiere mayor participación ciudadana, crear una conciencia ambiental afín a las grandes potencias mundiales en reciclaje y gestión de residuos. Por otra parte resulta indispensable un nuevo modelo público. Una alternativa sustentable es terminar con el uso de rellenos sanitarios y sustituirlos por plantas de tratamiento de residuos. “Para construir una sola celda de relleno sanitario se tienen que invertir cerca de 15 millones de pesos —explica Palacios— y su vida útil es lo que tarde en llenarse. La diferencia es que una planta de acopio y tratamiento no caduca nunca, basta con darle el mantenimiento adecuado. Su costo es 90% menor de lo que cuestan los rellenos sanitarios”.
A finales del año pasado el Jefe de Gobierno reconoció que la tercera parte de los 2 569 vehículos de recolección de basura de la ciudad tiene una antigüedad mayor a 40 años; 40% de la flotilla ronda entre los 11 y los 20 años, y se comprometió a comprar nuevas unidades a finales de 2015. Muchos de los vehículos actuales ni siquiera cuentan con compartimentos para organizar la basura separada por los ciudadanos, tienen fugas y un mantenimiento precario que apenas les permite circular en las calles.
Un caso de éxito es el extiradero peruano La Cucaracha. De ser relleno sanitario desborado y problemático se convirtió en la Planta de Callao, una instalación que aprovecha los gases generados por la descomposición de la basura, reduce en 61 mil 024 toneladas al año las emisiones de CO² y cuenta con la aprobación del Banco Mundial. En México podrían implementarse modelos así. El mismo cierre del Bordo Poniente vino acompañado, a finales de 2011, con ese compromiso por parte del gobierno: aprovechar de forma limpia y eficiente una de las fuentes de metano más grandes del mundo para generar energía. A finales del año pasado, sin embargo, la Secretaría del Medio Ambiente local seguía “considerando” esta opción. Mientras tanto, la capital sigue perdiendo millones de pesos en la energía desperdiciada del metano. Y el Bordo Poniente, al igual que muchísimos otros rellenos sanitarios del país, continúa siendo un peligro para el medio ambiente.
“Esa es nuestra lucha, concluye Palacios, convencer a las autoridades, informarles de que existen otras opciones más baratas y mucho más sustentables. Aunque hasta ahora no lo hemos conseguido”. Mientras tanto, los residuos sólidos urbanos se mantienen como un problema que a diario enfrentan millones de capitalinos. Y nuestra salud, nuestros impuestos, nuestro derecho a un ambiente limpio, los estamos tirando a la basura.
Fuentes: Asamblea Legislativa del Distrito Federal | Inegi | Instituto Nacional de Ecología | PAOT | Semarnat.
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Ernesto Murguía. Combina la escritura de ficción con el periodismo sustentable. Su más reciente novela es Retiro del fuego, publicada en Editorial Planeta.