Una de las películas más emotivas y gastronómicas de todos los tiempos es El festín de Babette. Recuerdo cuando tuve oportunidad de ir a verla al cine siendo un estudiante de pastelería en el CECALAB.
La historia transcurre en un pueblo de Jütland, en la lejana Dinamarca, y tiene como protagonistas a dos hermanas y su sirvienta. Ellas son hijas de un respetado pastor protestante y por lo mismo viven sus historias de amor fallido, pues la devoción por su padre y la responsabilidad para con su comunidad las destina a vivir solteras. Pasan los años y cierta noche toca a su puerta una mujer desesperada de origen francés, quien les solicita la oportunidad de trabajar para ellas y así rehacer su vida, que ha sido devastada en Francia por la caída de Napoleón III.
La persona que la ha referido con ellas es un talentoso cantante de ópera quien alguna vez dio clases de canto a una de ellas. En su carta de recomendación escribe “Babette sabe cocinar”. Así que las mujeres le confieren la responsabilidad de cocinar para ellas y para el grupo de necesitados del pueblo que alimentaban cotidianamente y que habían sido discipulos de su padre cuando este vivía.
Babette comienza a mejorar la calidad de los platillos regionales y se demuestra como una hábil administradora del hogar que ayuda a hacer economías en las finanzas de las dos damas. Todo ello transcurre en la calma severa propia de esos lares donde no asoma el sol y la moral calvinista domina la vida de todas las personas hasta que un suceso extraordinario obliga a un viraje en sus vidas: Babette se gana la lotería en Francia. Con el premio, ella solicita la oportunidad de preparar la cena con la cuál se celebrará el aniversario 100 del nacimiento del pastor entre sus seguidores, costeando ella misma todos los insumos. Después de un estire y afloje las dos mujeres acceden a la petición de su sirvienta.
¿Y qué sucede? Pues que la madame, como buena latina, tira la casa por la ventana para preparar uno de los banquetes más exquisitos de su tiempo. Pues luego nos enteraremos que ella había sido la chef del afamado restaurante Café Anglais de París. Así que vemos la secuencia en la que ella prepara sus suculentos platillos.
Comienza con una sopa de tortuga. Al parecer una receta realmente deliciosa y que ha inspirado las escenas de otras películas: en El último Emperador, éste es el último manjar que prueba la Reina Madre antes de morir. En Adiós a mi concubina, el platillo se sirve en la cena que ofrece un rico mecenas al mejor cantante de ópera de Pekín. Y en Larga vida a la señora también sirven la sopa en el gran banquete que narra la película. Lo curioso es que según el recetario de Pellaprat, de principios del siglo XX, se trata de un consomé de res aderezado con trozos de carne y quenelles de tortuga. En El festín de Babette la protagonista la sirve junto con una copa de jeréz Amontillao.
El segundo tiempo es un blini cubierto de crema agria con cebolla coronado por una cucharada de caviar. El maridaje es con una copa de champaña sensacional.
Y el plato principal es un vol au vent de carne de codorniz relleno de paté de foie gras y trufa negra con una salsa obscura, al que llaman codorniz en sarcófago. Aquello es espectacular y deja sorprendidos a todos los comensales, pues además la chef ha seleccionado uno de los grandes vinos de Borgoña de una añada muy especial.
Como buen menú frances la cena termina con la ensalada, que es de endivias. Después la bandeja con quesos y frutas y finalmente un delicioso Babá au rhum, un pastel envinado con jarabe y aguardiente delicioso. Ya en la sobremesa, se sirve café y coñac y los comensales satisfechos tocan así a las puertas del paraíso gourmand de la Francia decimonónica.
La historia tiene su moraleja y sus contrastes culturales pues resulta que las austeras damas protestantes se quedan atónitas al saber que el ágape que han gozado ha consumido la totalidad del premio de lotería de la genial cocinera, quien lo ha ofrecido con absoluta entrega, pues lo único que deseaba a esas alturas de su vida era volver a sentir la emoción de cautivar a sus comensales con su bienaventurado menú. Algo que quizá sólo pueden comprender las almas sensibles y los espiritus artísticos: el ser parte del milagro de la sorpresa y la admiración.
¿Se les antoja? Los espero el jueves en Cenando de película, en el restaurante El Jolgorio Cibeles a las 20:00 horas y si quieres ver la película completa (doblada al español), haz clic aquí para redirigirte.