drag_handle

¿Por qué cambian tanto los consejos sobre qué comer y qué no?

Por Animal Gourmet



Sí comer huevos, no comer carne magra. ¿No era al revés?

Cuando hace poco el Comité Asesor de Lineamientos Dietéticos de Estados Unidos (DGAC, por sus siglas en inglés) desistió de su recomendación de restringir el consumo de alimentos altos en colesterol (como los huevos) o de reducir el consumo de grasas saturadas -para lo que aconsejaba comer alimentos como carne roja- desandó un camino andado por años.

Y contradijo lo que en su momento se tomó por evidencia científica buena. Tanto, que se convirtió en creencia arraigada para los consumidores y en la base de toda una industria de alimentos bajos en grasa y colesterol.

Así que los negocios afectados negativamente pusieron el grito en el cielo.

“Pese a los datos que vinculan la carne roja y procesada al cáncer de colon, también hay evidencia que sostiene lo contrario”, declaró la vicepresidenta de asuntos científicos del North American Meat Institute (Instituto de Carne de Norteamérica) Betsy Booren, a medios locales.

¿Se equivocaron los científicos antes? ¿Qué garantiza que esta vez estén en lo cierto? ¿Cuál consejo seguir?

¿Por qué parece que no pueden ponerse de acuerdo?

Dicho sobre los huevos

  • 2010 Malos. Sólo comer un máximo de dos al día (recomendaciones del DGAC)
  • 2011 Buenos. “No aumenta el riesgo de enfermedades del corazón” (European Journal of Medical Nutrition)
  • 2012 Malos. “Las yemas son tan dañinas para el corazón como fumar” (revista Artherosclerosis)
  • 2013 Buenos. “No hay relación entre el consumo de uno al día y el aumento del riesgo cardiovascular” (British Medical Journal)

Experimentar con la alimentación humana

“Estamos ante una continua investigación”, explica a BBC Mundo Giuseppe Russolillo, director de la Conferencia Mundial de Dietistas y presidente de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN).

En otras palabras, y como señala Duane Mellor, profesor de dietética de la Universidad de Nottingham, en el norte de Inglaterra, conforme se acumula el conocimiento la ciencia se refina, “y algunas cosas que creíamos eran definitivas dejan de serlo”.

“Pero los científicos y nutricionistas tenemos que trabajar en cómo comunicamos el cambio, para que no sea confuso. Y no somos muy buenos en eso”, admite.

Sin embargo, los especialistas coinciden en que no todos los trabajos que se publican tienen base ni que por sí solos proveen evidencia firme. Y parte del problema está en lo difícil que resulta hacer pruebas científicas aleatorias y controladas cuando se trata de alimentación humana.

“Si le quitas la grasa (a una persona en una prueba), necesitas sustituirla con algo. Desafortunadamente, las pruebas controladas aleatorias son complicadas. Son parte de un rompecabezas que tenemos que armar”, señala Mellor.

Rusolillo apunta que estos estudios son costosos y que tampoco son suficientes. “Lo que tiene fuerza son los metanálisis de estudios científicos controlados. Es decir, el estudio de un número significativo de estudios científicos sobre una pregunta específica”, señala.

Prostitución profesional

La nuticionista independiente Anna Daniels tiene la impresión de que, al menos en Reino Unido, “las recomendaciones no cambian de manera frecuente para nada”.

“Da la impresión de que sí, y esto se debe a que los medios reproducen ciertos estudios que emergen con evidencia contradictoria, que pueden no ser lo suficientemente robustos”, le escribe a BBC Mundo vía correo electrónico.

La pregunta es por qué hay tantos de ellos. Y la respuesta nos devuelve a la batalla que se espera se produzca en EE.UU. entre la industria de la carne y las autoridades encargadas de formular las políticas públicas: hay una delgada línea entre la ciencia y las empresas de alimentos.

“Yo denuncio que no es verdad que los nutricionista estamos cambiando los consejos, sino que nos enfrentamos a lo que llamamos la prostitución profesional: sociedades médicas que no trabajan en base a la evidencia científica y que con conflicto de intereses se ponen a dar recomendaciones a la población”, dice Russolillo.

“No hay una forma fácil de resolver este problema”, sugiere Duane Mellor. “Los científicos tienen que trabajar con la industria de los alimentos porque ellos proveen los materiales para hacer los experimentos. Pero la relación debe ser transparente, debe estar explicada”.

¿A quién escuchar?

Así que, ¿podemos comer huevos o no podemos? ¿Cuántos vasos de vino nos podemos tomar? ¿A quién escuchamos?

He aquí una guía en tres pasos, a partir de lo que nos dijeron los expertos:

  1. No guiarse por los titulares de los periódicos. “Si un titular de repente dice que cierto alimento, por ejemplo grasa saturada, es bueno para la salud, no hagas un esfuerzo consciente por incorporarlo a tu dieta. La probabilidad es que el estudio tenga limitaciones y que la recomendación no sea tan clara”, dice Anna Daniles.
  2. Recurrir a los expertos. “Hay que intentar recurrir a la fuente de información de los profesionales de la nutrición -que los hay muchos-, a las organizaciones, a los colegios. Aunque a veces sea difícil dar una respuesta, porque no hay estudios de calidad”, señala Giusseppe Russolillo.
  3. Apuntar a un balance. “En vez de enfocarnos en alimentos, hay que fijarse en los patrones de dieta. Las comidas deben estar basadas en vegetales, cantidades modestas de carnes, algo de pan y cereales”, aconseja Mellor.

Contenido relacionado: