Para muchos siempre ha resultado más fácil estudiar la carta de un menú que la carta de vinos. Comencemos por decir que es completamente normal. En primer lugar —¿y por qué no decirlo?—, el idioma puede resultar una barrera; Chateauneuf-du-Pape Cuvee no es fácil de pronunciar ni de comprender. Y no nos vayamos a los alemanes o a mexicanos que son mezcla de varias uvas —algunas de ellas impronunciables—.
La regla a la hora de tomar vino es, en general, que todo se vale. Se vale preguntar más, para conocer y adentrarnos a este maravilloso mundo; se vale también declararse como no conocedor y dejarse llevar por mejores manos pero, sobre todo, el ejercicio debe ser gozoso y divertido.
Les compartimos algunos tips para hacer que elegir un buen blanco, frente a la nueva pareja, un proceso más sencillo y del que se aprenda; o algunas otras sugerencias para poder escoger un tinto ligero en un primer plato, un solo vino para toda la comida o incluso un maridaje divertido con jugos, cervezas y vinos de distintas regiones.
El lenguaje de la vitivinicultura suele ser complejo y no todo mundo sabe qué significan exactamente las características o descripciones. Entonces, a la hora de ordenarlo, ¿por qué no usar palabras más comunes que usemos regularmente y que realmente describen nuestro sentir respecto del antojo?
“Me gustaría algo no muy pesado, de esos vinos que realmente puedo disfrutar ya sea con bolognesa o con pescado”; “traemos ganas de probar algo dulcecito, de esos vinos afrutados que saben a alegría”. Nos entendemos mejor siendo nosotros mismos.
Si encuentras en aquella carta alguna botella ya has probado anteriormente, y que te pareció realmente bueno, pues entonces ¿por qué no ordenarlo nuevamente? Quizá es un día especial y prefieres irte por lo conocido, aquella botella de Maratinto que nunca falla o un buen Casa de Piedra que agrada siempre; la premisa a la hora de ordenar un vino es sentirse cómodos con lo que bebemos y queremos disfrutar.
Ya habrá momentos de probar vinos catalanes nuevos de los cuales hemos leído, o alguna vino natural que ahora están tan de moda, pues como dicen, hay más tiempo que vida.
Los restaurantes que trabajan seriamente en sus cartas de vinos han escogido caldos buenos, todos, aunque de diferentes rangos de precios. Algunos son más económicos por tener mayores producciones, otros son más accesibles por estar promoviendo nuevas uvas, etiquetas o regiones. Siempre hay vinos “de batalla” entre los cuales uno puede escoger no sólo por gusto sino también por precio y no pensar que —como sí puede suceder con la carne de res, por ejemplo—, el precio es directamente proporcional a la calidad.
Es muy raro ver a un grupo de amigos en un restaurante que no tengan, todos, teléfonos celulares y hasta tabletas a la mano que consultan, contestan y utilizan hasta el cansancio. Usemos entonces el acceso inmediato a la información también para guiarnos en la selección de un vino.
Una imagen vale más que mil palabras dicen por ahí, y no solo podemos buscar la información en Google, pues además es posible usar a una cantidad de apps que en el mundo del vino se han desarrollado para conocer y saber más como Vivino o Plonk.
Detrás de un buen servicio hay una gran cantidad de tiempo destinado al entrenamiento de meseros en un restaurante. Los sommeliers, desde luego, siempre son los expertos pero también los meseros que atienden regularmente, ellos pueden estar capacitados y seguramente han probado y estudiado botellas y nuevas etiquetas.
No hay que tener miedo a pedir ayuda, no tenemos por qué conocer de todo y las variedades son infinitas por lo que las opiniones de los expertos siempre son valiosas. Nuestro mejor tip es comenzar la conversación diciendo: “a mí me gustan regularmente los vinos españoles de 400 pesos, qué me puedes recomendar en ese rango”.