Hay una revolución en marcha, pero no es la que ustedes se imaginan. Nadie sale tomado del brazo de un político, no hay lemas ni pancartas. Es algo mucho más espontáneo, surgido de de la necesidad de ganarse la vida. Hoy, cuando las fuentes de trabajo se han trasladado a China, Corea, Taiwán o Bangladesh y gran parte de fuerza productiva ha quedado cesante, los humildes emprendedores de antaño han decidido lanzarse a la calle.
Es la gota de café que horada la piedra del capitalismo.
En Buenos Aires y en otras capitales del continente, el oficio de vendedor ambulante data de la época colonial. Por aquel entonces todo ocurría en plena calle, se vendían sillas de mimbre, empanadillas, escobas, agua, pasteles dulces, velas y mazamorra (un postre criollo a base de maíz blanco). Pero con el siglo veinte se impusieron nuevos oficios alimenticios: pescadero, vendedor de hielo, repartidor de leche, pochoclero (vendedor de palomitas). Y en la segunda mitad del siglo apareció el cafetero ambulante.
Como el combustible de occidente no es el petróleo sino el café, el oficio de cafetero ha seguido vigente. En carritos cargados con termos de café preendulzado y leche caliente, los cafeteros recorren las calles ofreciendo el valioso combustible de la consciencia. Y lo más importante, un cafecito callejero cuesta un tercio de lo que vale en un bar.
Patricia, emprendedora gastronómica, nos lo explica: «Hoy en día alquilar un local en la ciudad cuesta lo mismo que tener un socio que no trabaja. No hay posibilidad de salir adelante sin local propio. Los alquileres te disparan los costes por las nubes».
En este caso, esos costes se trasladan al café.
Fuimos a hablar con Carlos, director de banco y empresario del café, quien nos brinda una clase magistral sobre las ganancias que produce el ‘oro marrón’. «En el barco, los 100 kilogramos de café brasileño sin tostar cuestan alrededor de$100, porque el café, como el petróleo, no se vende en reales o en pesos, sino en dólares. Una vez en el depósito, esos mismos 100 kilos de grano se tuestan y ya pasan a costar $300. Pero molidos y envasados en paquetes de un kilo, el precio al por mayor ya sube a $6 por paquete; y al llegar al público consumidor ese precio por kilo ascenderá a $18. De ese paquete, se pueden sacar unos 100 cafés, cuyo precio en el bar es de $2. Ahora, vos sacá la calculadora y hacé las cuentas».
El cálculo depende de las fluctuaciones económicas del cada país, pero para economías, los colores.
Las dos curvas del gráfico ‘coste del local vs. producto’ se cruzan en un punto medio donde, si se elimina el local, el producto puede llegar a producir pingües ganancias. Y si, además, logras instituir un lenguaje esotérico para el café –llamémoslo cafesotérico—, puedes fundar tu propia cadena de cafeterías, divulgar tu poética del bien común y construir un imperio comercial.
De Portland a Buenos Aires, del DF mexicano a Londres, la tendencia de llevar los productos a la vía pública está en franco aumento. Pero hay otro elemento a tener en cuenta: el auge cohetil del diseño. Y ya que vamos a vender alimentos y bebidas en la calle, ¿por qué no hacerlo con estilo? Este es el fenómeno que hace furor.
He aquí los ingredientes de este curioso cóctel molotov:
1 producto insustituible
2 medidas de crisis inmobiliaria
1 parte de independencia laboral
2 partes de clientes ávidos de novedades
1 rodaja muy fina de capital inicial
Quienes están llevando a cabo esta revolución son una camada nacida y criada en un mundo de diseño, sin carros de caballos, ni transportes improvisados, ni canastas tipo fin de siècle. Además, esta generación ha redescubierto el elemento que faltaba, la bicicleta.
Últimamente se ha filosofado mucho sobre la bici y se ha llegado a iluminadoras conclusiones medioambientales y de salud. Lo que no deja de llamar la atención es que nos haya llevado décadas ver sus ventajas. Percibirlas era bastante más sencillo que, digamos, enriquecer uranio.
Así fue como nació Velopresso, un proyecto conjunto del británico Amos Field Reid y el finés Lasse Oiva. Estos dos diseñadores invirtieron tres años en desarrollar un vehículo que pudiera transportar una cafetera espresso, un molinillo para los granos frescos y utensilios del oficio. Y todo ello con un consumo de energía mínimo.
La bicicleta, un triciclo en realidad, se sirve de sus pedales para moverse de un sitio a otro y para brindar fuerza motriz al molinillo. La elegante y sólida máquina de café, pico de vapor incluido, funciona gracias al suministro de gas de una bombona mediana. El amplio espacio delantero del triciclo contiene, discretamente ocultos, un depósito de agua, tuberías, varios sistemas de correas y engranajes, y cajones para que el ‘barista’—otro término cafesotérico— acceda fácilmente a la leche, el azúcar, la canela y otras delicias propias del cafetero de hoy. Velopresso es una joya de la ingeniería de la sencillez. Para los interesados en los aspectos técnicos, aquí van los planos.
Puede que sea un signo de los tiempos, pero el hecho es que existen muchos proyectos similares. Cafeterías ambulantes montadas sobre camionetas vintage, combis modificadas, mototriciclos de los que abundaban en la posguerra y muchas otras tentativas de carrocería con motor o sin él. Pero Amos y Lasse han conseguido el delicado equilibrio entre la delicia en demanda, el punto de venta móvil, la tecnología justa y la contemporaneidad del diseño.
Por eso me puse en contacto con Amos.
Amos, ¿cómo crees que os han beneficiado los valores inmobiliarios, los gastos fijos y el capital inicial?
Un artículo reciente del Financial Times subrayaba que los altos precios de la propiedad, los costes de arrancarlo y los impuestos estaban teniendo un efecto negativo sobre los nuevos emprendimientos. En cambio Velopresso resulta una opción muy viable y, para los jóvenes emprendedores del café, tal vez la única. Es difícil vaticinar, pero por los pedidos recibidos sabemos que el 50 % de nuestros clientes son primerizos que quieren usar nuestro triciclo para sacar adelante su empresa unipersonal. A otros, como Look Mum No Hands, nuestro vehículo les permite ampliar un negocio ya establecido. Es una alternativa muy interesante si tienen planes de abrir un segundo local.
¿Qué dice la legislación respecto a la venta ambulante de alimentos y bebidas?
En Gran Bretaña y en Europa existen controles estrictos en esas áreas, que considero positivos. Pero si hablamos de los ‘puntos de venta’, el tema se complica. Para tener éxito en la venta callejera es indispensable una buena ubicación y uno de los grandes desafíos, en Londres al menos, es conseguirla. La venta ambulante depende del flujo de transeúntes, pero hay mucha normativa y competencia respecto de los puntos de venta. El dueño de un vehículo como el nuestro puede trasladarse y vender en muchos sitios diferentes y eso acarrea problemas, pues el ayuntamiento obliga al vendedor ambulante a comprar una licencia por cada punto de venta individual.
¿Qué fue lo que interesó a vuestros ‘socios técnicos’?
Velopresso tocó la fibra sensible de muchos de ellos porque combinaba varias actividades divertidas: la bici, el café, el diseño y la innovación. A unos les interesó el café de calidad artesanal, a otros la bicicleta o el aspecto de la sustentabilidad; y además, es una herramienta que ayuda a imaginar hacia dónde deberían ir nuestras ciudades. Se trataba de una máquina amigable, con un mensaje positivo y un propósito claro. Sonreían cuando veían el triciclo y se quedaban pensando, quizá porque añadía una perspectiva nueva a un tema conocido. Como proyecto de diseño/ingeniería, hoy todo el mundo lo comprende y disfruta: es una máquina que hace sonreír incluso a aquellos que no gustan del café. En Eurobike 2012, la feria de bicicletas más importante del mundo, servimos café a cientos de visitantes y todos ellos se asombraban y emocionaban cuando veían funcionar el molinillo a pedal.
¿Tienen planeado triciclos para otros alimentos y bebidas?
Tenemos más de cinco proyectos en marcha pero antes de ‘ponernos a pedalear’ en esa dirección tenemos que presentar Velopresso al mundo. Es fácil imaginar otros usos, pero ponerlos en funcionamiento lleva trabajo. ¡Y no voy a decir nada más al respecto!
¿Cómo imaginas las futuras calles de occidente?
Ámsterdam, Copenhague, Portland y Sevilla ya nos están mostrando el camino. Si en diez años llegamos a parecemos a la ciudad de Volver al futuro (calles peatonales pero con transporte público y bicis en todos sus formatos), viviremos mejor y la ciudadanía prosperará. Ahora bien, desde el punto de vista de la sustentabilidad, esa visión no es solo deseable sino fundamental. Es con vistas a ese futuro que nos esforzamos, ese es el futuro al que queremos contribuir, y nos alegra formar parte de la comunidad global que se esfuerza por lograrlo.
Selección de fotos y traducción: Claudio Molinari Dassatti