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El conocimiento milenario: de la milpa a la biodinámica

Por Animal Gourmet

En días pasados leí un artículo sobre un evento judicial vivido por un viticultor francés de la región de Borgoña que sigue la agricultura biodinámica. En el inicio de la historia, Emmanuel Giboulot fue sentado en el banquillo de los acusados por el Tribunal Penal de Dijon, Côte d’Or, acusado de “negarse a realizar tratamientos de protección contra las plagas que afectan a las plantas”. Por tal desobediencia, el viticultor borgoñón estaba en riesgo de pagar una multa 30 mil euros y cumplir una condena de hasta seis meses. Su crimen: la desobediencia a la orden del prefecto departamental que le exigía pulverizar sus 10.3 hectáreas de viña con un pesticida químico para prevenir la flavescencia dorada, —una epidemia de altamente nociva para las vides y cuya aparición se remonta a 1949 en la región de Armagnac—.

Contra cualquier pronóstico, el desenlace judicial le fue favorable y el jurado lo absolvió de sus cargos. Lo llamativo del caso reside en que Emmanuel Giboulot no sólo ha ganado el juicio con la consiguiente anulación de las sanciones sino que, con este caso, otros viticultores biodinámicos podrán a partir de ahora justificar ante la autoridad el “no tratamiento” de sus cepas.

Sin embargo, como podrán imaginar, la decisión del jurado no está exenta de fuertes polémicas ya que los vecinos viticultores que defienden y practican otros sistemas de agricultura —incluidos los de “cultivo ecológico”— se han manifestado en contra del fallo, argumentando que sus viñedos están en riesgo de contagio y que temen una propagación ascendente de la enfermedad en la zona.

¿Quién realmente tiene la razón?, ¿estamos frente a una verdad legal? o ¿podemos pensar que las prácticas biodinámicas garantizan la salud de las viñas? Para contestar con argumentos, habría que desmenuzar la sentencia dictada por el tribunal y sopesar entre las habilidades de jurista de nuestro viticultor y su conocimiento desarrollado sobre las enseñanzas de Rudolf Steiner, padre de la biodinámica.

En cualquier caso, lo que parecería una nueva manera de avistar el interés público, parece que apunta una vez más al enfrentamiento entre el «valor» que se le da a la protección del “bien común” versus los “derechos universales del hombre” consagrados en diciembre 1948 por las Naciones Unidas. Habrá que seguir el curso de tan mediático acontecimiento.

…apunta una vez más al enfrentamiento entre el «valor» que se le da a la protección del “bien común” versus los “derechos universales del hombre”

Por ahora, las reacciones desencadenadas son vastas y contradictorias. Para algunos, Emmanuel Giboulot se ha convertido —al no usar productos químicos impuestos por la autoridad— en un símbolo de la «résistence». Para otros es un líder promotor de las prácticas biodinámicas, los tratamientos a base de preparados naturales en dosis homeopáticas y las labores de campo acordes al calendario lunar. También están quienes lo denigran porque, dicen, no existe sustento científico para comprobar la eficacia de sus técnicas. Muchos de sus colegas viticultores aseguran que los argumentos que cobijan a Giboulot son falsos pues afirman que: “no existen alternativas para luchar contra esta enfermedad epidémica y mortal para la viña”.

Me gustaría tomar este disímbolo acontecimiento y proponer algunas reflexiones que pudieran ayudarnos a sortear con otros criterios el futuro de nuestra naciente viticultura. Quizás, si nos aventuráramos a esculcar más allá de los preceptos técnicos y deambuláramos entre milenarios conceptos, buscando la concordancia entre la sabiduría prehispánica y la antroposofía, o más aun, entre la incomprendida relación que tiene la milpa, la permacultura y la hoy en boga agricultura biodinámica; si debatiéramos y nos preguntáramos —como lo hizo hace más de un siglo Rudolf Steiner— cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores podríamos quizás, evitar la fricción del individuo con su semejantes.

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¿Podemos pensar que las prácticas biodinámicas garantizan la salud de las viñas? // Foto: Especial.

Para este autor y para muchos pensadores prehispánicos, la existencia de nuestro cosmos comenzó con la aparición del hombre en una forma netamente espiritual. A ésta se han agregado procesos de densificación en sucesivas etapas de la evolución cósmica que hoy nos tienen aquí en un estado físico, sin que por eso tengamos que renunciar a la trilogía humana de cuerpo, alma y espíritu. Con el cuerpo participamos en la realidad físico-sensoria; con el alma en el mundo anímico y con el espíritu en el mundo espiritual. Esta trivalencia nos permite ampliar nuestra permanente perspectiva de “vida física” no sólo a este momento vivido, si no a existencias prenatales y post mortem, todo esto como rítmica sucesión de vidas terrestres que se repiten, generando una condición deambulatoria entre estados y épocas distintas.

Es así que el destino se revela como algo que podemos elegir para corregir fallas cometidas y allanar el camino en un paulatino perfeccionamiento futuro. El destino humano, por lo tanto, no es pasivo sino activo. La existencia del hombre tiene un origen, una orientación y una meta definida. Es momento de reconocer de una vez por todas que la demarcación asignada por terceros (instituciones o no) pone en conflicto la libertad. Cada vez que hay un límite impuesto, se tensiona y deteriora la convivencia, nos vemos coartados por el control y marginados con la supuesta definición del «bien común».

Es momento de reconocer de una vez por todas que la demarcación asignada por terceros (instituciones o no) pone en conflicto la libertad

El espíritu libre se debe entender como la expresión máxima de la naturaleza humana. Sólo somos seres humanos en toda la acepción de la palabra si somos libres. La libertad se encuentra en la realidad del actuar individual humano. No es suficiente creer, necesitamos saber. La creencia tiene la debilidad intrínseca de provenir de una verdad imaginaria que no necesariamente comprendemos. El único saber que nos satisface es el que no proviene del exterior sino que emana de nuestra vida interior.

Como seres humanos no debemos buscar un saber condicionado a las fórmulas cerradas y formalmente preestablecidas, cada uno de nosotros debe tomar como punto de partida sus experiencias inmediatas y, de ahí, acceder al conocimiento universal. Cada uno de nosotros quiere certidumbre en el conocimiento —cada quien a su manera—, nuestras doctrinas científicas no deben de estar formuladas para su aceptación incondicional.

Sólo la verdad puede darnos la seguridad necesaria en el desarrollo de nuestra facultad individual, toda verdad que nos viene del exterior lleva el sello de incertidumbre. Sólo lo que se nos revela como verdad en nuestro interior es capaz de convencernos. Como individuos lo que nos diferencia no son ni nuestros apetitos, ni nuestros sentimientos, sino mas bien el mundo de ideas que resplandecen en nuestro interior, dándonos la verdadera distinción de mí hacia los demás. Cualquier acto llevado por la presión de la naturaleza o por coacción impuesta por normas deja de ser libre. La única acción de libertad es obedecerse a uno mismo.

No tengamos miedo al individuo, el hombre libre tiene la confianza de que los demás hombres libres pertenecen con él a un mismo mundo espiritual y que las intenciones de cada uno se encuentran en armonía con los demás, el hombre libre no exige de su prójimo compatibilidad sino que cuenta con ella, siendo inherente a la naturaleza humana en lo metal en la intuición, en el aprecio y en la dignidad humana.

Es tiempo de reflexiones, mientras tanto, habrá que decirles a los promotores en nuestro país de las denominaciones de origen que se la lleven calmada, que cuando los movimientos progresistas de países vitivinícolas ancestrales hacen su mayor esfuerzo por salirse de la jaula, nosotros —cual corderos adormecidos—, insistimos en vivir estabulados.

No nos vaya a pasar lo que a nuestra ancestral milpa por andar copiando modelos de agricultura que no entendemos o no dominamos, acabamos recibiendo un refrito que nada tiene que ver con nuestro entorno.