Los mercados son la mejor muestra del pulso de una ciudad. En estos lugares efervescentes de colores, sonidos, aromas y sabores converge la sociedad y en ellos se descubre un microcosmos que se revela para aquellos que aún creen en las tradiciones.
Por ello, la revista Sada y el Bombón, que para malafortuna de los lectores publicó su último número en noviembre, dedica un artículo a ellos. Estos son sus mercados favoritos, un homenaje a esos lugares tan especiales del Bajío:
De 1882 a 1967, este mercado ocupó la antigua huerta del monasterio de San Francisco (lo que actualmente es la Plaza Constitución). De 1967 hasta hace algunos años, el mercado ahora ubicado entre Guerrero y Allende y entre Zaragoza y Constituyentes se hizo famoso por la ropa, los juguetes y las chucherías que socorrían a los Reyes Magos. Hoy (miércoles 1 de agosto), el mercado Escobedo es además la Meca de los mariscos, las carnitas y las garnachas. Ahí, por ejemplo, se preparan los mejores guajolotes de la región.
El mayor problema al que se enfrenta cualquier empresa de productos gastronómicos es la distribución. De las más de 45 etiquetas de vino que se producen en Ezequiel Montes, acá en la ciudad se consiguen ¿qué, unas 10, 15? ¿Dónde se distribuye la cecina de Jalpan, dónde los quesos de Colón, dónde los dulces de Bernal? El Mercadito Queretano no distribuye siempre todo, pero hace un gran esfuerzo. El primer sábado de cada mes se instala, en el Andador Libertad (el que baja a Plaza de Armas), este pequeño pero grandioso mercado de productos regionales.
Más info aquí: mercaditoqueretano.com.
Todos los sábados, de 9 a 2 de la tarde en Ancha San Antonio 32 esquina Cardo, se instala el TOSMA, un mercado donde los granjeros y agricultores locales se reúnen para ofrecer todo tipo de productos orgánicos, naturales y artesanales (acá una reflexión sobre la comida orgánica).
El TOSMA es el punto de reunión de uno de los mayores movimientos neo hippies del centro de México; frutas, verduras, pan, quesos, mermeladas y conceptos como el comercio justo, la vinculación de la población urbana con el campo y «la conciencia ecológica de producir y consumir de forma responsable y sustentable». Amén.
El mercado Hidalgo podría estar lleno de pura pedacera y aún así seguir siendo el mercado más agraciado del Bajío y quizá de México. Aquí el fondo es irrelevante, lo que importa es la forma: una estructura de hierro y vidrio de 70 metros de longitud, una portada principal con un arco de medio punto de cantera labrada y, encima de la bóveda, un elegante reloj de cuatro carátulas. «Splendid, dazzling, top-notch!», gritan los gringos. (Y no, el mercado no está lleno de pedacera; hay mucha artesanía y gastronomía guanajuatense.)
A riesgo de que nos insulten algunos celayenses, diremos lo que todos ya sabemos: Celaya es un mercadotote. Hay mercados a granel: el tianguis de los lunes (de ropa, electrónica, fayuca, productos para las «hippietecas»), el de los miércoles (de comida fresca), el mercado Morelos, el Cañitos, el de la colonia Valle Hermoso, el tianguis nocturno y fritanguero de Valle de los Naranjos… Celaya es el aleph de los triques, el antojo y las chácharas.