La abuela nos inculcó la búsqueda permanente de recetas de pasteles y panqués cuya preparación tomara, literal, minutos de vertir los ingredientes en la licuadora, pulsar y hornear.
Sí nos gustan las batidoras; sí apreciamos la técnica de pastelería y panes que requieren concentración y distintos métodos en su elaboración, montar cremas, batir claras, envolver mezclas, etcétera… pero también apreciamos enormemente la practicidad de una licuadora.
Esta receta nos la compartió hace muchos años una muy buena cocinera española que en su preciosa cocina en Huasca, Hidalgo, servía para acompañar el desayuno, un poco de panqué recién horneado con las mejores natas de la región.
Precalentar el horno y engrasar y enharinar un molde rectangular para panqué. En un bowl mezclar harina, polvo para hornear y sal. Derretir la mantequilla en otro recipiente. En la licuadora, agregar el azúcar y la ralladura de limón y dar tres pulsaciones para que se mezcle. Agregar el jugo de limón, los huevos y la vainilla y batir con tres pulsaciones más. Con la licuadora prendida, agregar la mantequilla y batir 20 segundos, apagar.
Incorporar la mezcla líquida al bowl de los sólidos ayudándose con una pala de madera y con movimientos suaves hasta que quede incorporado. Vaciar en el molde y hornear a 180 grados Celsius alrededor de media hora, revisando el horno hasta que tome un color doradito.
Si se quiere terminar el panqué con un toque adicional de limón y dulce —aunque también es delicioso sin él—, una vez el pastel templado, revolver el jugo de un limón con 1/2 taza de mermelada de naranja o de chabacano que tengamos en el refri, al fuego dos minutos, y con una brocha, poner un poco de este glaseado cítrico por encima del panqué, sólo para que tome brillo.