Es sabido que Thomas Jefferson, uno de los personajes más importantes de la historia estadounidense, era un apasionado del vino, considerado incluso por muchos como el mayor conocedor de la época, habiendo bebido y almacenado vinos de todas partes del mundo a lo largo de su vida. Su amplio conocimiento hace aún más especial su elección para brindar la noche del 4 de Julio de 1776, cuando el Congreso Continental aprobó el texto final para la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.
Treinta y nueve años después, en 1815, un barril del mismo tipo de vino fue enviado a la Isla de Santa Elena, destino del último exilio de Napoleón Bonaparte, con la intención de ayudar al depuesto monarca francés a disminuir sus penas. Sin embargo, el barril fue rechazado por Napoleón y regresó a su lugar de origen donde después de muchos años sería embotellado y distribuido entre otras personas importantes de la época. La fama del rechazo acompañó a estas botellas durante décadas, convirtiendo a ese lote particular en una joya para conocedores y coleccionistas, entre los que destacaron, más de un siglo después del incidente, el ex primer ministro inglés Sir Winston Churchill.
En ambos casos el vino provenía de la Isla de Madeira, un paraíso perdido en el Atlántico, más cerca de África que de Europa, pero bajo administración portuguesa. La Isla fue descubierta en 1419 y desde entonces, por mandato del infante Don Enrique, fue plantada con trigo, caña de azúcar y vid. Aunque en las primeras décadas fue principalmente la caña de azúcar la que ocupó la mayoría de los terrenos plantados, el “descubrimiento” del nuevo continente a finales de ese mismo siglo con sus extensas zonas de cultivo, y el agotamiento de las tierras de Madeira para el cultivo de la caña, provocaron que poco a poco los viñedos ganaran importancia en la Isla.
Los Madeiras son vinos fortificados, con diferentes niveles de dulzura de acuerdo al tipo de uva y la técnica de cada productor. Como ocurre en otras partes del mundo, la fortificación se realiza agregando destilado de uva durante la fermentación; aunque el momento exacto es decisión de cada enólogo, depende principalmente de que tan dulce se desee el vino final. Durante los primeros tres siglos, el vino de Madeira se logró colocar como uno de los vinos más cotizados en diferentes puertos, pero fue hasta mediados del siglo XVIII que se desarrollaría la técnica que ha contribuido en mayor medida al carácter y la fama con la que cuenta hoy en día. Durante los largos viajes que el vino realizaba en barco a diferentes partes del mundo, se veía constantemente expuesto a condiciones climáticas muy diferentes a las que había en Europa, principalmente en los viajes al sur asiático, en los que las temperaturas superaban frecuentemente los treinta o hasta cuarenta grados centígrados.
En algunos de aquellos viajes el vino no era vendido en su totalidad, por lo que los sobrantes regresaban a Madeira después de varios meses de exposición a las elevadas temperaturas. Algunos productores y conocedores notaron que el vino que regresaba a la Isla, lejos de verse perjudicado, parecía haber desarrollado notas positivas de reducción y oxidación soportadas por la fortificación previa. El gusto por los vinos devueltos fue tal, que los productores empezaron a emular los viajes con diferentes técnicas que han prevalecido -aunque en su mayoría modernizadas- hasta la época actual.
Este proceso, llamado estufagem, consiste en calentar el vino a más de cuarenta grados centígrados durante algunos meses -generalmente tres o cuatro- y originalmente se realizaba colocando el vino en barricas de roble en cuartos con mucha exposición al sol dentro de las bodegas. Este método tradicional, conocido también como canteiro, actualmente se usa poco y generalmente solo para grandes vinos. El método moderno consiste en colocar el vino dentro de grandes tanques de acero inoxidable en cuyo exterior se hace circular agua caliente a través de mangueras, lo que permite elevar su temperatura durante el tiempo deseado.
Una de los primeros tipos de uva que se plantó en Madeira fue la Malvasia Candida -también conocida como Malmsey-, que hasta la fecha sigue siendo la principal responsable de los vinos más dulces de Madeira, que pese al alto porcentaje de azúcar que alcanza durante su maduración, logra mantener una gran acidez natural que permite vinos muy balanceados, sedosos, de tonos ámbar y deliciosas notas de café, caramelo y frutos secos. Además de la Malvasia, otras tres uvas blancas integran las llamadas uvas nobles de Madeira; Sercial, Verdelho y Boal -de la más seca a la más dulce-, pero al igual que la Malvasia, han sido poco a poco desplazadas por la Tinta Negra, que se usa en un gran porcentaje para los vinos de Madeira sin especificación de casta -tipo de uva-.
Elegir una botella de Madeira puede parecer un poco complicado, además de los diferentes tipos de uvas que no siempre se especifican (únicamente cuando una sola variedad supera el 85% del vino se puede etiquetar bajo su nombre), los vinos de Madeira también se etiquetan de acuerdo a los periodos de crianza. Los Reserva tienen un envejecimiento mínimo de cinco años, los Reserva Velha -vieja- o Reserva Especial un mínimo de diez, y las Reserva Excepcional un mínimo de quince.
A diferencia de la mayoría de los vinos del mundo, los de Madeira suelen ser mezclas de diferentes añadas, solo aquellas cosechas extraordinarias suelen ser embotelladas de manera única bajo el nominativo Colheita -cosecha- y el año en cuestión, y deben tener un mínimo de cinco años de envejecimiento en barrica. Cuando los vinos de añada única tienen un envejecimiento igual o superior a los veinte años en barrica se les llama Frasqueira.
Además de los vinos, Madeira se ha vuelto un destino popular por sus espectaculares paisajes; mientras a un lado puedes observar la inmensidad del océano en sus paradisiacas playas, con tan sólo voltear la mirada puedes apreciar los picos que se levantan a más de mil quinientos metros sobre el mismo nivel del mar a unas cuantas centenas de metros de la costa. Para combatir la complicada orografía, producto de su origen volcánico, desde el descubrimiento y colonización de la isla los portugueses se encargaron de crear un sistema de canales de agua llamados levadas, con el que garantizan la hidratación de los suelos y las vides en toda la Isla.
Estas mismas condiciones hacen prácticamente imposible la utilización de máquinas durante la vendimia, por lo que este proceso se sigue realizando como se ha hecho durante siglos, de manera manual, y reúne durante semanas a los productores de la región, quienes constantemente se ayudan unos a otros.
Pese a toda el respeto y admiración que existe en el mundo -dejando de lado la poca difusión que existe en México- por los vinos de Madeira, en las últimas décadas las vides han perdido terreno para ser reemplazadas por lujosos complejos turísticos. Así que antes de que sea más escaso, antes de que los precios se eleven a niveles sólo asequibles para unos cuantos o se vuelvan objetos de especulación, busca una botella de Madeira y disfruta uno de los más grandes néctares que hayan existido.