Como dice el dicho: “No hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla”. Finalmente, aunque usted no lo crea, terminó ese viacrucis llamado Mundial. Los recuerdos y las enseñanzas de tan traumático acontecimiento seguramente quedarán navegando, por mucho tiempo, entre alguno de los lóbulos cerebrales que administran nuestras funciones y emociones. Ya serán los neuroespecialistas los que determinen si el efecto de nuestra recurrente post-eliminación en el cuarto partido se llevará en el inconsciente, en el subconsciente o en alguna área situada más allá de la consciencia.
Para mí, después del clavado del famoso Arjen Robben, mi cabeza regresó en centésimas de segundo a una mexicana realidad y desde entonces, mis recuerdos se encuentran altamente distorsionados. Cierro los ojos y como por arte de magia empiezan a deambular dentro de mí, imágenes fugaces que ejemplifican rostros espeluznantes de deportistas luchando por el balón de oro susurrándome al oído: “fair play”.
Esas famosas caras aparecen y desaparecen tan rápidamente que confunden lo que queda de mi consciente conciencia; no logro identificar si son actores dramáticos en potencia o siluetas deportivas en decadencia, lo que me deja constantemente repentinos ataques de pánico y ansiedad que se parecen más a una resaca de caipiriña elaborada con cachaça de dudosa reputación de las que seguramente acostumbraba el mismísimo Scolari antes de perder la vista, la chamba y la idea de lo que es el futbol.
A partir de hoy, lo que queda del Mundial son sólo cifras, recuentos y estadísticas. Con la única intensión de regresar mi mente a mi cotidianidad enológica quiero, a manera de terapia, aprovechar que todavía no se nos borran del inconsciente algunos numeritos vividos en esta inolvidable Copa del Mundo. Los invito a “echarnos un clavado” al terreno de las cifras que, se supone, deberían de orientar sobre el vino, el desempeño del deportista y su mundialista realidad.
Revisando un poco más a fondo los números históricos de los equipos ganadores, las estadísticas muestran que para ser campeón del mundo no sólo suficiente jugar los siete partidos que en este caso disputó Alemania, meter un promedio 2.5 goles por partido y sólo recibir a cambio 0.57, dar casi 600 pases en 90 minutos ─de los cuales al menos 10 deben de ser tiros a gol─, tener un portero capaz de hacer más de 3.5 grandes atajadas y jugar tan limpio que sólo se cometa una falta por cada una recibida.
Además de todo eso es necesario llevar en las venas vino y cerveza. Así como se oye, la influencia de tan ancianos brebajes está íntimamente ligada al desempeño deportivo de los equipos que han alcanzado la gloria. Veamos a que me refiero:
A excepción de Inglaterra, todos los países que han ganado alguna vez la Copa del Mundo, son productores de vino. Lo que sucedió en 1966 en Wimbledon con los lacayos de la reina fue “consentido” por el mundo en agradecimiento a los anfitriones, y como un reconocimiento de occidente a un país muy cervecero que dentro de sus monerías se ha dedicado a difundir “el mundo sajón” con todo y sus “piratas”, enseñanzas en la comercialización de vinos y otras bebidas en toda la faz de la tierra.
Claro, de inmediato usted dirá: “¿y Brasil qué?”. Pues resulta que los apaleados locales cuentan con más de 77 mil hectáreas de viñedo, un ascendente consumo per cápita de vino que hoy es cuatro veces mayor al nuestro y un honroso consumo “chelero” de 47 litros per cápita.
Si mi tesis es cierta, y los triunfos futboleros están ligados a la uva y a la malta, ¿pa’ qué chingados se aventó el clavado el señorcito vestido de naranja? Esta pregunta quedará ahí muy probablemente sin respuesta satisfactoria, aunque quizás los economistas dirán y con justa razón que no es suficiente producir, hay que vender.
Aunque no es un país vinícola, el consumo de vino y cerveza de Holanda es de los primeros de la lista a nivel mundial. Ahora, a los que le apostaron por España, habrá que decirles que a la frágil península ibérica ya no le es suficiente tener la mayor superficie de viñedo del mundo. Por alguna razón a discutir en el futuro, este pegote de “comunidades autónomas” va en caída libre en lo que a consumo de vino se refiere.
El lugar que ocupa la ingesta per cápita de España de los discípulos de Del Bosque es exactamente igual al lugar en el que quedaron en la Copa del Mundo 2014 (lugar 24). Claro que la economía vitivinícola de los radiantes promotores de “monarquías siglo XXI” se disfraza mandando todo tipo de vinillos a los hipnotizados seguidores de la Liga Española que habitan nuestro reformado México.
Qué decir de Francia o de los italianos y sus Super Tuscany. Ambos países, aunque mantienen una garganta “vino-chelera” en los primeros lugares mundiales, año con año pierden hectáreas de viñedos, al igual que el resto del “Viejo Mundo”.
El triste tropiezo de Chile: a pesar de que este alargado territorio es un importante productor de vino, y uno de los países con mayor vocación exportadora según la OMS, nuestros amigos sudamericanos están más concentrados en el chupe que en la “chela-vinoterapia” y hoy son considerados el país con el mayor consumo per cápita en “alcohol puro” de Latinoamérica con 9.6 litros al año.
El 50% del vino producido a nivel mundial se consume en solo cinco países: Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania y China
¡Sorpresa, mis queridos “bacacho-mundialistas”! Si su idea es que México destaque al menos en este rubro habrá que aplicarse pues hoy, la misma estadística, marca 5.7 litros anuales para nuestro país.
Adentrándonos un poco más en mi vínica tesis, por si usted ya está confeccionando su quiniela para Rusia 2018, les podría decir que hoy el 50% del vino se consume en solo cinco países: Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania y China, que a pesar de que los viejos actores “Viejo Mundo” disminuyen año con año su superficie y su consumo, en el mundo cada vez hay más vino, en más países, a menor precio promedio. Si el Papa argentino se anima a llevar su afición futbolera al Vaticano hasta las últimas consecuencias, este estado podría llegar a la próxima Copa del Mundo, pues hoy es el lugar donde se tiene el mayor consumo de vino por habitante: 73 litros.
Por último sólo diría a mis estimados lectores que si su país no es productor de vino, y tienen intenciones de ver a su selección coronarse en una Copa del Mundo, hay dos caminos a seguir: organizar un Mundial o empezar a plantar viñedos.
A mis compatriotas mexicanos les diría que para aspirar al famoso quinto partido habría que comenzar por tomar más vino en este país porque la “chela”, ésa, ya está en muy buen nivel.