Domingo 29 de junio. Es la hora del almuerzo y restaurantes y cantinas lucen abarrotadas por la afición futbolera de la ciudad, angustiados por el resultado entre la selección mexicana y el seleccionado de Holanda, subcampeón del mundial pasado.
El marcador queda 2-1 ─gracias a un penal dudoso─ y la ilusión del quinto partido se esfuma. La prensa especializada se deshace en argumentos para tratar de explicar por qué estamos condenados a no destacar. La mañana del lunes las primeras planas de los periódicos nacionales muestran fotos de la afición herida, y la actividad del Presidente incluirá felicitaciones a la selección mexicana por su destacado esfuerzo.
¿Por qué esta locura? ¿Se trata acaso del antiguo juego de pelota que equilibraba las fuerzas del cosmos? ¿O es el mundial de charrería donde contamos con los mejores exponenetes a nivel mundial y nos preciamos de ser el país de orígen de tan bello arte?
Nada de eso. Se trata sencillamente de futbol, el deporte más importante del mundo y que convoca a todo el planeta para animar a su equipo. ¿Desde hace cuánto se practica este deporte en México? Al parecer desde finales del siglo XIX. Los mineros ingleses que se establecieron en Real del Monte ─en el estado de Hidalgo─ y que explotaban la hacienda de San Cayetano lo comenzaron a jugar en las explanadas de la finca. Los avances técnicos logrados en el siglo XIX para el beneficio de metales permitieron a estos mineros disfrutar de un tiempo de ocio durante el que, entre otras cosas, aprovechaban para jugar balompié.
Pero, ¿nos podemos imaginar a un grupo selecto de rubios jugando solos persiguiendo el balón? ¿Incitarían con ello a los chamacos de la hacienda a entrarle a la cascarita? ¿Se formarían juegos improvisados en los llanos de Pachuca o en los patios de la estación del ferrocarril?
Seguramente el hipnótico esférico comenzó a seducir al pueblo mestizo que disfrutaba de incorporarse como refuerzo y como porra de los equipos incipientes formados por los ingleses. La pasión no tardó en desbordarse y en una nota periodística publicada en El Reconstructor del 12 de mayo de 1889 se narra el partido celebrado en Pachuca en el que se enfrentaron los de San Cayetano a los de El Rosario, ganando estos últimos 7 a 4 lo que provocó una gresca entre ambos equipos y sus aficionados de la que resultaron varios detenidos y algunos lesionados.
Pero no hay partido sin algo que comer. El ejercicio y la ansiedad por el resultado son buenos estimulantes del apetito, por lo que es imprescindible contar con comida y bebida. Y aquí es donde quizás adquirió relevancia el llamado paste, la deliciosa empanada con multiples rellenos que es tradicional en Real del Monte y Pachuca.
Imaginemos por un momento la celebración de un partido amistoso, en una cancha improvisada a las afueras de una hacienda minera, en un día de descanso. Las familias se visten para salir y acompañan a su equipo. Los organizados y precavidos ingleses llevan su lonchera, la misma con la que acuden a la mina. En su interior llevan un trozo de lamb pie , dos jitomates y unos pepinillos en escabeche. Quizás un termo con té o una cerveza importada y una pequeña ánfora con Whisky. Los refuerzos mexicanos no llevan nada pues saben que para eso está la familia.
Al medio tiempo las mujeres reunen leña, algunas piedras y prenden el fuego. Colocan el comal y comienzan a echar tortillas de un nixtamal que han preparado en la mañana junto a diversos guisos de verduras, embutidos e insectos. Cuando el final del partido es inminente llegan la barbacoa, el caldo y los mixiotes a lomo de mula. La gente come, se sirve con gusto los tacos y las dobladas rellenas; sorbe el caldo y bebe pulque ante los ojos atónitos de los ingleses que no pueden creer el gran convite para después de un partido.
─It’s just a game! Not a holliday!
─Pues si güero, pero aquí las reuniones incluyen la comida, la celebración, así que no te alteres y éntrale a un taco de barbacoa… ─responden los mexicanos.
Al día siguiente, el “san lunes”. Muchos faltarán a la mina pues la cruda no les permitirá levantarse con ánimo de trabajar. And we have a problem! Según los ingleses el ejercicio es para fortalecer el cuerpo y el espiritu de equipo, no para evadirse de las responsabilidades. Así que para el próximo partido, el anafre estará prohibido. Y las señoras inglesas se esforzarán por enseñar a las señoras mestizas el sencillo arte de hacer pies and pastries para dotar a sus acompañantes de una frugal y reconfortante colación al terminar el partido.
Así la masa de harina, sal y manteca fue paloteada por las mexicanas para preparar el lunch de sus maridos que peloteaban en un campo de futbol. Afortunadamente el goloso mestizo nunca se conforma con los fiambres ingleses y la carne hervida y pronto aparecieron los pastes (así les quedó el nombre del inglés pasty) rellenos de papas con chorizo, con picadillo de carne y pasas, de mole rojo con pollo, de mole verde, tinga, frijoles, fruta…
Las dobladas y las quesadillas se transformaron en esta especialidad que satisfizo a los ingleses y a los mexicanos, pues ahorraban el esfuerzo de llevar el comal y le daban una variedad muy sabrosa al tradicional pasty inglés.
Y así, entre palotazos y pelotazos, aprendimos a convivir con los ingleses.