Se supone que les debería de hablar de las regiones y las bondades del vino brasileño, de la zona de Rio Grande du Sul, donde ya tienen su primera denominación de origen, o del consumo per cápita en este país cuyo volumen sobrepasa ampliamente al nuestro (dos litros per cápita al año) o de alguna de las tantas peculiaridades vitivinícolas que encierra este majestuosa región.
La verdad es que estas dos últimas semanas aunque en mi subconsciente llevaba la consigna de conocer sobre la vinicultura brasileña, la “chela” no da tregua para pensar en otro brebaje con poca o mucha graduación alcohólica. Ni siquiera he podido atender a la seductora caipiriña, elaborada con auténtica cachaça. En el Mundial, ni Neymar le hace la menor sombra a la cerveza local que ─créanme─ se bebe por litros.
Son ya casi 15 días que como miles de paisanos me aventuré a este viaje mundialista. Estoy frente a las bellas playas de Fortaleza, esperando a que llegue el domingo para desafiar a Holanda. Ya no recuerdo cuando fue que decidí apostarle a la “pijo-aventura” y bueno, qué les cuento.
Hasta hoy, lo vivido ha sido increíble, ha valido muchísimo la pena. Es cierto que por momentos es difícil hacer a un lado todas las inconsistencias ─por decir lo menos─ de nuestra despreciable FIFA y disfrutar algo tan criticado como la Copa del Mundo. No es fácil abstraerse de todos los tejes y manejes que están atrás de esta corrupta organización y los atropellos cometidos en nombre de dar una “imagen” al mundo.
Sin embargo, aquí estoy disfrutando de un país con un enorme corazón y una hospitalidad que fácilmente me hace olvidar cualquier falla o carencia vivida durante el viaje. Para mi sorpresa encontré un Brasil que es amable, que es servicial, más no servil, que está dispuesto a recibir ─al menos a nosotros─ que entiende que es líder y como tal apoya al que hay que apoyar. ¡Sí! hay muchas cosas que fallan y seguramente mucha gente criticará mi entusiasmo. Pero lo que yo me llevo, lo que quiero decir, es que Brasil está lleno de gente buena y de gente feliz, sus sonrisas son sinceras y se dibujan en cualquier rostro con facilidad y que ha sido un escenario para que muchas personas de muchas naciones, de diferentes condiciones e ideologías, nos tomemos una tregua y gritemos desenfadados para expresar nuestras reprimidas pasiones.
El futbol es un evento de contrastes y contrasentidos donde afortunadamente reaparece en cada grito la gente, la humanidad llena de sentimientos y principios básicos, miles de soñadores que mantienen la esperanza de que quizás algún día, este mundo será un mejor mundo, yque envueltos en la pasión futbolera, alza su voz para gritar: “¡Todos somos iguales!”.
¡Sí! A través de algo único, una cosa redonda, tan redonda que rueda y que hace rodar a muchos y que sustenta su fuerza en su forma, redonda no cuadrada. Estos días he percibido una energía peculiar donde la nostalgia de unos y el origen de otros se muestran en una “nacionalidad” que se identifica a través de algo tan básico, el futbol.
Todos los que aquí estamos, gritamos y soñamos a través de ese extraño evento llamado futbol. He visto a tantos y tantos cremas compatriotas mexicanos (no del América, sino de los de alcurnia) que en el estadio salen del clóset ─olvidando el “que oso andar cantando el Himno y gritar “’Viva México’”─ y sin el menor recato sin más ni más gritaron: “Pinche Neymar te vamos a ch…” o “Esos croatas son p…”.
Sus sentimientos se apoyaban entre un nacionalismo reprimido y una bocanada que busca libertad. Tantos instintos humanos que le son afines al ser cotidiano y que los esconde muchas clases sociales. Esos instintos salvajes que gritaban sin tregua alguna: “Yo quiero ser reconocido”. Pero para ser recordado en este mundo hay que ganar.
¡Vamos México!