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La maratón de las tortillas

Por María del Carmen Castillo Cisneros

Mis primeros años en la ciudad de Oaxaca viví en Jalatlaco, un hermoso barrio de calles empedradas que se encuentra a un costado del centro cruzando la Calzada de la República. A pesar de estar en medio de la ciudad daba la sensación de vivir en un pequeño pueblo donde San Matías, el santo patrono del barrio, custodiaba a propios y extraños. Llegué a una casita de techos altos que formaba parte de una antigua curtiduría, donde para aquel entonces ya no curtían pieles pero si hacían acopio de las mismas. Por eso, cerca de las dos de la tarde un cierto olor a rancho se introducía por mi ventanal.[contextly_sidebar id=”709595ae3308a42e83ceeaeb0abfae4d”]

Rastreando en el pasado, como es mi costumbre, descubrí que el barrio que me acogía había sido hasta hace poco el barrio de los curtidores de la ciudad, gente de origen nahua que se estableció a orillas del río y se dedicó al negocio de la piel. Hoy en día aquel río es la Calzada y aquellas curtidurías no existen más.

Pronto descubrí que así como en ese barrio, en el que fui muy dichosa, hubo un oficio, existían otros distinguidos también por sus oficios de antaño. Por ejemplo, en el barrio de Xochimilco aún se encuentran casas con telares, pues era el barrio de los tejedores; la Merced era el barrio de los huaracheros y el barrio de la China era famoso por sus aguas frescas.

Al norte de la ciudad, el municipio de San Felipe era y continúa siendo, pero en menor escala, el lugar de las hacedoras de tortillas a mano y de ellas hay una historia muy peculiar que hace unos años Angelina, quien en su tiempo me cuidó con la devoción de una madre, me contó entre risas y ese peculiar tono de voz que siempre me ha encantado. Ahí les va.

Algunas mujeres comenzaban a moler maíz a las 3 de la mañana para salir a vender tortillas pasado el medio día. // Foto: Carmen Castillo Cisneros

Algunas mujeres comenzaban a moler maíz a las 3 de la mañana para salir a vender tortillas pasado el medio día. // Foto: Carmen Castillo Cisneros

Hace 50 años, la mayoría de las mujeres de San Felipe del Agua se dedicaban a hacer las tortillas que se distribuían en toda la ciudad de Oaxaca: las llamadas blandas, tlayudas y tostadas que aún encontramos en los mercados y a cuyo grito “blanditas o tlayudas” todos volteamos. Tan innato, vernáculo y patrimonio cultural como el de “tamales oaxaqueños”.

Estas mujeres felipeñas ─que trabajaban en equipo con sus hermanas, suegras y cuñadas─ comenzaban sus labores muy de madrugada. Unas iban al molino a hacer cola desde las tres de la mañana para ser las primeras en moler el maíz y salir, si bien les iba a las cinco, cargadas con la masa lista para hacer las tortillas.

Las que se quedaban en casa atizaban el fuego, preparaban el comal con cal y una vez que la masa llegaba todas se ponían a tortear. Hablo de una época no muy lejana pero donde no había molinos con motores potentes ni máquinas manuales para hacer tortillas. Por tanto lo laborioso del asunto compartía las horas de esas mañanas, en donde entre chisme y chisme, las mujeres confeccionaban más de cuatro mil tortillas para vender en el centro de la ciudad.

Las blandas las colocaban entre servilletas de tela en grandes tenates de palma que tapaban para guardar el calor, y que después introducían en un gran canasto de carrizo que colocaban en sus espaldas y sujetaban con una sábana que presionaba dicho canasto contra el lomo y que sujetaban por delante con las manos. Si tenían pedido de tostadas, las envolvían en servilletas y las cargaban en la mano.

“Ni tarda ni perezosa se apuntó y compitió en la contienda en la ‘gran carrera de tortilleras’”

Así, alrededor de la una de la tarde, cargadas de tortillas y con el lomo bien caliente, bajaban corriendo al centro atravesando terrenos baldíos, empedrados y demás obstáculos que sorteaban descalzas para llegar finalmente y hacer sus entregas.

Cuenta Angelina que eran alrededor de 150 tortilleras que ya tenían sus marchantas esperando las tortillas calientitas para la comida. El recorrido de la venta duraba unas dos horas, después se echaban un taco por ahí y luego mercaban maíz, salvado, verduras y lo necesario para su subsistencia y la de sus animalitos. A veces, si no lograban vender todas sus tortillas, las intercambiaban por tomates, miltomates u otra cosa.

En la tarde, cuesta arriba, regresaban a su hogar con los canastos bien llenos de abastos para sortear la siguiente jornada.

La suegra de Angelina fue tortillera así que ella, cuando se fue de nuera a los 16 años, comenzó a formar parte de este gremio. Lo recuerda como un trabajo en el que se sufría mucho pero que llegado su momento le dio una gran satisfacción.

Era la víspera de las fiestas de mayo de 1969 en San Felipe; Angelina tenía 23 años, cuatro hijos y Víctor Bravo Ahuja era el gobernador del estado. Ella seguía vendiendo tortillas y bajaba corriendo todos los días al centro a entregar sus pedidos.

“Ahora todas nos volvimos muy catrinas, ya no es como antes”

A Víctor Bravo se le ocurrió entonces una gran idea para acompañar el programa deportivo de la festividad: una carrera de tortilleras. El gobernador pensó que si de por sí corrían día y tarde con tortillas y granos de maíz, podría implementarse este quehacer como deporte de las fiestas.

Angelina ni tarda ni perezosa se apuntó y compitió en la contienda en la “gran carrera de tortilleras” con canasto lleno bien atado a las espaldas, una falda, un mandil y eso sí, descalza, pues ni los zapatos conocía. Vinieron después la carrera de bicicletas, el juego de pelota mixteca y por fin la esperada premiación. Con una satisfacción enorme me cuenta Angelina que se llevó el primer lugar, que su amiga ─a la que le dicen Violina─ se llevó el segundo y que María Pérez el tercero. En ese entonces el premio fue grande, “unos 10 pesos y mi juego de vasos con jarra” comenta. “Vendrían siendo unos mil o dos mil de ahora, pero en ese entonces ¡cómo me supieron a gloria! con tanto muchito que tenía que criar”.

Las tres tortilleras veloces viven. Se les ve por San Felipe y siguen torteando casi a diario pero de manera más “catrina”, como dice Angelina.

“Ahora todas nos volvimos muy catrinas, ya no es como antes, ahora es fácil con los molinos, las máquinas y ni hablar de que ya hay transporte y que además ya nos acostumbramos al zapato. Tenía 28 años cuando mi ojo vio los huaraches de plástico y me daba una lata ponérmelos que yo si era de las que aventaba la chancla, y ahora mira, ya no las dejo”.

Las carreras de tortilleras se hicieron tres años consecutivos, pero nunca más se repitieron. Este mayo, a 45 años de distancia, Angelina recuerda su triunfo en la carrera del 69 y celebra con risas que de algo sirvió “la chinga” que se metía para vender tortillas: “al final mi oficio me convirtió en una atleta”.