Las religiones basadas en el “Libro sagrado”, es decir la judía, la cristiana y la musulmana, han concebido un paraíso a donde llegarán las almas de las personas que en su vida siguieron el camino de la virtud y la devoción.[contextly_sidebar id=”39763a10c52fe11da29461b5ec1624d4″]
La imaginación con la cual se crea este lugar idílico es sorprendente. Por ejemplo, para los musulmanes el paraíso está rodeado por ocho puertas principales y varios niveles que a su vez están divididos en otros cien. Para ellos la vida es feliz, sin daño, dolor, miedo o vergüenza, donde se satisface cada deseo. Para los afortunados, el paraíso estará lleno de venturas como ropas lujosas, joyas y perfumes en él podrá participar en banquetes exquisitos acomodados entre divanes y alfombras, beber vinos aromáticos que no embriagan pero aportan la dicha.
Para los judíos y los cristianos el paraíso era también un lugar idílico, recreación virtuosa del huerto o jardín de Edén, pero en una versión santa a la que se accede después de ser un buen creyente. En este lugar, Dios le otorgaría al hombre todo aquello que necesitase para tener gozo, placer y armonía y de este modo no le faltaría nada de tal manera que los impulsos básicos de comer y tener sexo, asociados a la carne y transformados por el exceso en los pecados de la gula y la lujuria, serían espiritualizados en tan conveniente lugar.
Estas visiones idealizadas fueron parte de un imaginario que se expresó en el arte occidental patrocinado por la Iglesia. Sin embargo la gente no solo deseaba acceder al paraíso, también quería disfrutar de la comida y de la pasión en vida. Fue así que durante la época barroca en el arte comenzaron a pintarse los bodegones, donde un artista plasmaba objetos suculentos e inanimados que podía encontrar en la bodega de la cocina. De esta manera, los ingredientes terrenales de la buena cocina se sublimaban para transformarse en una obra de arte que causaba asombro y despertaba el apetito goloso.
Con el paso de los años el tema alcanzó niveles magníficos, y comenzó a incluir personajes para reflejar aspectos de la vida mundana, aquella que no protagonizaban héroes o santos, sino la gente de a pie. Estas pinturas decoraban las residencias de gente acaudalada, especialmente el comedor, espacio novedoso para muchas casas del siglo XVIII, y que podríamos describir como el pequeño templo diseñado para disfrutar el acto del comer.
Por otra parte, la voluptuosidad y belleza del cuerpo humano se transformó en un objeto de inspiración para muchos artistas desde el Renacimiento, que los incluían en sus pinturas religiosas. Podemos encontrar atléticos Adanes en la obra de Miguel Ángel. Bellos santos en las pinturas del Greco. O desnudos magníficos en temas míticos como La Venus de Botticelli.
…la comida dejó de ser un acto terrenal para convertirse en una nueva epifanía para los iniciados en la gastronomía.
Pero fue hasta finales del siglo XIX en que los dos placeres sensuales de la carne se dieron cita en el arte para promulgar una nueva religión hedonista, en la que la belleza y la cachondería comulgaron con el fino arte del buen comer y del buen beber. El lugar donde surgió este milagro fue Francia. Los pintores impresionistas encontraron en la buena mesa una experiencia que trascendía los impulsos pecaminosos y deleznables de la gula. Por el contrario, en las finas viandas y los complejos vinos se creaba una experiencia no solo placentera, sino estética. Así que se apuraron a incluir las suculencias entre las escenas de sus pinturas, logradas a través de pinceladas que creaban impresiones que impactaban el alma del espectador.
A partir de ese momento, la comida dejó de ser un acto terrenal para convertirse en una nueva epifanía para los iniciados en la gastronomía. El paraíso mítico de las religiones fue desapareciendo de las obras de arte para dar paso a los momentos de vivir la belleza, de la alegría de la vida. Y ya no eran los ángeles y los santos los convidados, sino hombres y mujeres de carne y hueso orgullosos de compartir con el espectador la dicha del bien comer.
Y esos cuerpos alimentados de verduras, carnes, panes, y pasteles, y que se embriagan con vinos y aguardientes, son también el vehículo para otros placer es que se practican con el cuerpo desnudo y en el que la boca brinda y recibe la dicha en forma de besos. Así que se dio la comunión perfecta entre las diosas de la tierra y del amor, y una nueva feligresía dedicada a honrarlas a través de las consumadas técnicas culinarias y eróticas que hoy en día, podemos practicar sin riesgo de pecar.