¿Cómo te imaginas la manzana del paraíso? ¿Carnosa, jugosa, harinosa, con gusano? La manzana es una fruta que se conoce en la mayoría del continente europeo desde mucho tiempo atrás. Crece en variedades regionales con distintos sabores y colores. Podríamos citar las verdes del norte, las amarillas que se asemejan al oro y que inspiraron el antiguo mito griego de las manzanas áureas y las rojas, presentes en cuentos, leyendas y mitos. Pero cualquiera de estos colores pudo servir de referencia e inspiración para comprender que era el fruto prohibido que Eva le dio a Adán.
Después de muchos años de cristianismo medieval, la manzana estaba demodé. Los pintores renacentistas la dibujaban anodina, mientras que los cuerpos semidesnudos de los primeros hombres eran motivo de su inspiración creativa.
[contextly_sidebar id=”f5f0ee9458667a6faa5c7f5d62d26b85″]Quiso el destino que un navegante genovés se topara con un continente desconocido para los europeos, y que de esa misteriosa tierra llegaran nuevos productos para provecho de las gastronomías locales del Viejo Continente.
Fue decisión del rey de España -que para ese entonces también lo era de Milán, Sicilia, de Ceuta, Melilla y del norte de Italia- que los viajeros que regresaban de América llevaran semillas de los productos oriundos para sembrarlos en el Europa. Sucedió que llegaron las semillas de jitomate, el tomate con ombligo de color rojo. Una solanácea que cautivó a los habitantes de las costas mediterráneas en donde crecía prolíficamente.
Era tan rojo y tan hermoso que no lo comían. Creían que podía ser venenoso. Su color intenso le granjeó un nuevo nombre: pomma del paradiso, manzana del paraíso. ¡Claro! Ninguna manzana conocida tenía tanta voluptuosidad como un jitomate bola. Crecía en matas rastreras cercanas a la tierra, en donde se podían encontrar las serpientes.
Finalmente el hambre venció el estigma y quizás algún conquistador aventurero regresó a Europa para combatir en alguna de las absurdas guerras de la Corona española en Italia. Y quizás les enseñó a comer el delicioso jitomate y a preparar alguna salsita. Y entonces la cocina del Mediterráneo se transformó para siempre. Encontraron un ingrediente versátil que les permitiría hacer ensaladas, salsas para pasta, para pizza, como base para sopas frías y calientes, deshidratarlos en orejones suculentos para acompañar quesos curados, para hacer sorbetes e incluso, para hacer guerras de mentiritas, como en la tomatina, que llega a ser muy seria a pesar de todo.
También el maíz fue llevado a España y en la zona de Asturias se cultivó espléndidamente, pues el clima húmedo permitía buenas cosechas. El maíz desplazó a otros cultivos por ser más rendidor que estos. Se inventaron así una serie de platillos a partir del grano americano: el pan de maíz, típico de Asturias y también de Galicia, el fariñón o salchichón con harina de maíz y las pulientas. Que tienen un vínculo innegable con la famosa polenta italiana, elaborada también a base de maíz con agua hirviendo, que se alisa con el canto de un cuchillo y se corta con un hilo. Esta es enriquecida con leche para el desayuno, con queso al mediodía y con verduras y tocino para la cena.
El cultivo y consumo de maíz alcanzó niveles sorprendentes en España e Italia en los siglos XVIII y XIX. Esta cultura del maíz permitió sortear las hambrunas de estos dos siglos en Europa. Su forraje o pienso resultó inmejorable para el ganado. Ya los caballos de los conquistadores lo comían en México.
Cuando el chile llegó a España se aclimató al suelo extremeño dando pimientos menos picantes y ligeramente dulces. Siguiendo las técnicas americanas lo secaban al sol para luego molerlo. Este condimento resultó el más efectivo sustituto de las pimientas orientales para condimentar y curar los embutidos de chorizo, que derivó en la alegría generalizada de un pueblo que esperaba, ansioso, una mejor condición de vida a partir de hacer la América.
El sabor envolvente, y el delicioso aroma que le confería a los platillos, cautivó a los europeos de distintas latitudes. De esta manera nuestro gusto mexicano por lo picante conquistó el mundo, a partir de la conquista española de América. Nuestro goloso mestizo viajó por Asia y Europa elaborando recetas con chile, como los pimientos del piquillo rellenos, el gazpacho, el pescado al pil pil, los pepperoni imbottiti, las gamberetti aglio, el koknistó, el tur su, el mixed pickle, los toltott papriká y el lescó. Entre muchísimos de los platillos de todo el mundo.