Hace algún tiempo publiqué en mi blog un artículo sobre el “sueño americano”. En aquella intervención le ofrecí a mis fieles lectores que escribiría algunos emocionantes capítulos a la manera de las mejores series “made in Hollywood” que describieran de la forma más emotiva posible lo que podría ser “nuestro sueño americano”.
Por razones que no tiene gran sentido exponer mis capítulos, prospectos de “best-seller”, se vieron frustrados por un repentino “wake up” de nuestras aspiraciones mercadológicas. Antes de que yo pudiera ejercitar mi cada vez más afinada pluma con nutridos argumentos de cómo conquistar los paladares de una sociedad cada vez menos “cara pálida”, las ventas de nuestros vinos “hechos en México” fueron lo que en estadística se denomina un evento “no significativo” o, dicho de una manera emocional y en lenguaje coloquial, una “llamarada de petate”.
[contextly_sidebar id=”9e5b60c6d4cf845729334980788893c4″]Nuestro “sueño americano”, ése al que hemos aspirado todos los que de alguna u otra forma nos iniciamos en la aventura de exportar “aguas locas” al mercado más codiciado del mundo capitalista, no pasó de unas cuantas cajitas.
En aquella ocasión fuimos invitados a realizar un proyecto de “introducción conjunta” tanto cocineros, productores de vino y una cadena de alimentos cuya reputación podría ser considerada de “propuesta”, todo apoyado en el cada vez más trillado enfoque de “comercio justo, local y sustentable”. Tengo que reconocer que ver en el shelf (mientras duró) una amplia variedad de vinos de Ensenada, elaborados por varios de los colegas cercanos y no tanto, me llenó de orgullo y generó por un momento “la esperanza” de poder ver realizado algún día “the american dream”.
Seguramente, si usted es miembro del cada vez más nutrido grupo de mis detractores, dirá que este artículo es una más de las contradicciones de las verdaderas intenciones que mueven a los “vitivinicultores revoltosos” que habitamos el Valle de Guadalupe. Y yo tendría que contestar con honestidad diciendo: ¡Sí, si lo es!, efectivamente este escrito y muchas de las cosas que estamos haciendo están llenas de grandes contradicciones.
Quizá la mayor de ellas es no aceptar que a pesar del machucón que nos dieron los financieros en el 2008/2009 (el año depende de donde lo agarró el tsunami financiero), “El dios Mercado” sigue dominando nuestro quehacer y en consecuencia es muy poco probable “hacer”, si no le entramos a las reglas del mercado con todas sus turbulencias y su implacable capacidad de selección darwiniana. O sea que, si realmente por nuestras mentes de “winemaker’s siglo XXI” deambula la idea de obtener un lugar en el “corazón económico” de los cobijados por “las barras y las estrellas”, tenemos que dejar de soñar y no pensar que nuestros “deliciosos caldos” harán el trabajo solos. Se necesita un ingrediente que hasta hoy no lo llevan ni los cocineros, ni los festivales de cocina: “materia gris¨.
Esos días mientras Alfonso Cuarón, Lupita Nyong’o y Emmanuel Lubezky recibían sus respectivos Óscares, como un merecido premio a un constante y profesional trabajo y así ayudaban -como muchos otros lo han hecho en diferentes trincheras- a poner el nombre de México en los más altos niveles, nos tocó la oportunidad de hacer una gélida expedición a tierras “neoyorkinas”. Una gira sui generis; mezcla de “scouting” comercial, asociado con promociones “todo terreno” y turismo banquetero.
Aprovechamos un festival de “vinos y comida” que pretendía -según lo que me explicaron los organizadores- acercar la comida y los vinos de Baja California a los paladares de la Gran Manzana. Cuatro días de presentaciones en los alrededores de Manhattan, desplazamientos entre West Village, Soho, Chelsea y todos esos nombres que le dan caché a cualquier aventura vivida en una ciudad que lo único que tiene de frío es el clima.
Les podría hacer una emotiva reseña sobre las habilidades organizacionales de nuestra anfitriona o la destreza culinaria de nuestros abanderados cocineros, pero creo que esta vez voy a dejar toda esa parte emocional para que los que vivieron en carne propia esas inolvidables “cenas maridaje” algún día nos cuenten con lujo de detalle, y con toda la metodología de los críticos gastronómicos esa parte de la gira, pues una cosa que me dejó a mí este viaje, es que si quiero hablar de algo, es mejor que sea de vino y no ande metiendo mis desgastados “sentidos” en tratar de entender recetas o cenas temáticas.
Volviendo al “american dream”, independientemente de las esperanzas comerciales que tengamos puestas en tan atractivo mercado, creo que es el momento de revisar con más profundidad ¿cuáles son nuestras verdaderas expectativas como productores de vino?, ¿cómo nos vemos en el mapa enológico mundial?, ¿se puede hacer marca-país con unas pocas etiquetas o es absolutamente necesario llevar una “real” representación del vino mexicano?
Créanme, hay muchas preguntas que contestarnos antes de aventurarnos en un esfuerzo comercial duradero. Si bien es cierto que México es y seguirá siendo (“I hope”) un país ascendente en cuanto a la percepción que se tiene en esta zona de los Estados Unidos, podría aventurarme a decir que poco a poco, parte de nuestra cultura empieza a permear. Incluso hoy pareciera que ésta va más allá de la tradicional connotación de los burritos y de las cocinas llenas de coterráneos. Pero, ¿realmente estamos en términos de percepción en una especie de revaluación de lo que México o lo que los mexicanos significamos como cultura?
De una u otra forma México –o lo que para un neoyorkino esto signifique- está cada día más presente en su cotidianeidad. Ahora, además de chips con salsitas y carritos de “gourmet street food”, hay restaurantes cuya oferta gastronómica escala comensales que no se conforman con un simple guacamole –sin menospreciar al guacamole-. Además, (no me pregunten porqué) nuestra mexicaneidad está asociada a la bebida; la cerveza, el tequila y recientemente de una manera más profunda, el mezcal. Hoy en las licorerías que abundan en la “Gran Manzana” hay tres categorías bien definidas de estas bebidas mexicanas. Aunque parece obvio que las “aguas locas” es lo nuestro, la pregunta obligada es: ¿qué es lo que debemos hacer para participar en la categoría “vinos” conjugando el verbo en primera persona?.
De regreso a nuestro querido Valle de Guadalupe me encontré escasas lluvias que nos regalaron los dioses esos días posteriores y que con el agua del cielo el mugroso campito de golf “marca acme” propuesto por nuestros fraccionadores golondrinos está igual de “pinche y parejo” de cómo lo dejamos y, para que nosotros los habitantes del Valle no nos caiga por sorpresa el sofisticado lenguaje “golfístico” usaré como metáfora estas últimas líneas para concluir con una pequeña reflexión de nuestra posible introducción enológica a los nevados campos de NY.
Conocer el terreno, recorrer el “fairway”, entender nuestro “timing”, escoger el bastón adecuado, hacer un lento “back swing” sin perder de vista la pelota y muy importante: “follow through”, no distraerse en el seguimiento del “target”. Recordemos que un buen “handicap” no es suficiente, siempre se puede desperdiciar en los primeros hoyos; “focus guys”, si no queremos acabar en la trampa.
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Hugo D’Acosta es Ingeniero Agrónomo, especializado en Viticultura y Enología, por la Escuela Superior de Agronomía de Montpellier, Francia. Desde 1988 ha trabajado para diversas bodegas vinícolas y actualmente es responsable de vinos Casa de Piedra, Adobe Guadalupe, Aborigen, La Borde Vieille y Feilluns tanto en México como en el extranjero.