Tres ingredientes: huevo, aceite de oliva y sal. Dos herramientas: un buen sartén y una cuchara sopera. Eso hace a un maravilloso -o no tanto- huevo frito.
La simplicidad absoluta, y probablemente la prueba más evidente de quien es o no un buen cocinero, es un huevo frito.
Aunque suena fácil, prepararlo requiere conocimiento, técnica y denota de forma muy clara el tipo de persona que es la quien lo cocinó y el cariño por hacerlo bien, porque eso es gran parte de la cocina: cariño.
Tenemos la teoría de que la observación precisa de cómo hace o cómo pide un huevo estrellado alguien es una muestra de lo que esa persona es.
Apreciamos a los cocineros que ante la pregunta: “¿cómo pides tus huevos?”, responden “tiernos” y celebramos a los que, sabiendo de huevos fritos, hasta logran que las orillitas burbujeen y se doren muy ligeramente formando una pequeña costra crujiente alrededor y manteniendo la yema suave y cremosa.
“les llevo más de 20 años y más de 40 kilos pero lo que me hizo saber que seríamos amigas fue probar sus huevos fritos”
Para los que atinadamente asumen no saber hacer un buen par de huevos fritos, les compartimos nuestra técnica, pues esta no es receta, es una serie de tips que nos han dado grandes resultados:
Una mujer catalana nos dijo hace años sentadas sobre una banqueta del Ensanche, en Barcelona: “les llevo más de 20 años y más de 40 kilos pero lo que me hizo saber que seríamos amigas fue probar sus huevos fritos”. Ustedes dirán… 😉
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