Rubén Darío llegó a Guatemala en 1890, procedente de El Salvador, huyendo del golpe de estado que los hermanos Ezeta habían dado contra el presidente, general Francisco Menéndez, muy amigo suyo. Apenas acababa de casarse con Rafaela Contreras, a quien dejó atrás mientras encontraba colocación. El presidente de Guatemala, general Lisandro Barillas, lo mandó a llamar apenas supo de su presencia, le pidió que le contara todo lo ocurrido y lo nombró de inmediato director de un periódico. No perdamos de vista que tenía apenas 23 años.
En su autobiografía cuenta que se hizo amigo de parrandas del general Cayetano Sánchez, allegado al presidente Barillas, “militar temerario, joven aficionado a los alcoholes, y a quien todo era permitido por su dominio y simpatía en el elemento bélico”. Entonces se produce lo inolvidable: “una noche de luna habíamos sido invitados varios amigos, entre ellos mi antiguo profesor, el polaco don José Leonard, y el poeta Palma, a una cena en el castillo de San José. Nos fueron servidos platos criollos, especialmente uno llamado «chojín», sabroso plato que por cierto nos fue preparado por el hoy general Toledo, aspirante a la presidencia de la República. Sabroso plato, en verdad, ácido, picante, cuya base es el rábano”.
Se trataba de una parranda en toda la regla, con abundancia de aguardientes; al final, se pasó al coñac, del que bebieron no pocas botellas. “Todos estábamos más que alegres”, relata Rubén, “pero al general Sánchez se le notaba muy exaltado en su alegría, y como nos paseásemos sobre las fortificaciones, viendo de frente a la luz de la luna las lejanas torres de la Catedral, tuvo una idea de todos los diablos. «A ver, dijo, ¿quién manda esta pieza de artillería?», y señaló un enorme cañón. Se presentó el oficial y entonces Cayetano, como le llamábamos familiarmente, nos dijo: «Vean ustedes que lindo blanco. Vamos a echar abajo una de las torres de la catedral. Y ordenó que preparasen el tiro. Los soldados obedecieron como autómatas; y como el general Sánchez era absolutamente capaz de todo, comprendimos que el momento era grave”.
Fue al poeta Palma a quien se le ocurrió una idea salvadora. Propuso que se improvisaran versos alusivos al hecho del inminente cañonazo, y que mientras tanto se trajeran más botellas de coñac. “Todos comprendimos”, dice Rubén, “y heroicamente nos fuimos ingurgitando sendos vasos de alcohol. Palma servía copiosas dosis al general Sánchez. Él y yo recitábamos versos, y cuando la botella se había acabado, el general estaba ya dormido. Así se libró Guatemala de ser despertada a media noche a cañonazos de buen humor. Cayetano Sánchez, poco tiempo después, tuvo un triste y trágico fin.”
El “chojín” es una ensalada típica de la cocina guatemalteca, que se prepara en base a rábanos rojos cortados en rodajas delgadas, hojas de menta picadas, chicharrones de cerdo desmenuzados, y jugo de naranja dulce y de limón, incapaz, por supuesto, de alentar los humores bélicos del general. Imaginen todo lo que ya había bebido, y todo lo que bebió, hasta caer redondo. Y lo que bebieron los demás para poder salvar la torre de la catedral.
El que detuvo a través de su sabio ardid al general, fue el poeta cubano José Joaquín Palma (1844-1911), quien desde el año 1868 se había incorporado a la lucha por la independencia de su patria, y fue ayudante de campo del prócer Carlos Manuel de Céspedes a partir del levantamiento de La Damajagua. Amigo íntimo de Rubén, y también de José Martí, para esa época vivía exiliado en Guatemala, donde compuso la letra del himno nacional.
Cuando nuestro Rubén dice que “heroicamente nos fuimos ingurgitando sendos vasos de alcohol”, no hay que tomarlo tan al pie de la letra. Si bebió el coñac con ánimo de evitar el cañonazo, no lo habrá hecho con tanto disgusto.
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*Sergio Ramírez Mercado es escritor nicaragüense. En 1998 ganó el Premio Alfaguara de Novela con Margarita, está linda la mar. En 2011 recibió el Premio Hispanoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra. Su último libro es la colección de cuentos Flores Oscuras (Alfaguara, 2013).