Una de las cosas que más me gustaba de aquel novio, a mis 16 años, era que la comida de su casa era tan mala que solíamos comer siempre en restaurantes. Claro que éramos unos chamacos y no nos alcanzaba mas que para unos tacos en La Lechuza, un “suaperro” (como le llamábamos a los tacos de suadero de Universidad y Miguel Ángel de Quevedo), carnitas de El Venadito o, si nos iba muy bien, pizzas en La Posta. Para ese entonces el artista era mi enamorado y Coyoacán, mi barrio.
Para ese entonces el artista era mi enamorado y Coyoacán, mi barrio
Cuando la cosa se ponía buena era cuando al novio le pagaban alguna chamba y me llevaba a su restaurante favorito: Taro. Ese rincón culinario japonés un tanto anónimo sobre Avenida Universidad casi llegando a Copilco en el segundo piso de un edificio en lo absoluto acogedor.
Las primeras veces me parecía complicado elegir un platillo entre tanta opción desconocida. Sin embargo un día le atiné. “Me trae un shabu shabu por favor”. Ese día algo cambió en mi vida. Se convirtió no solo en mi platillo favorito por los siguientes dieciocho años, sino en un ritual que siempre me ha hecho sentir cómoda, contenta y feliz.
La simple idea de compartir un platillo con alguien me emociona. El concepto de preparar al gusto los propios ingredientes me da una sensación de control muy satisfactoria y comer sano siempre ha sido lo mío.
El shabu shabu es sencillo. Una cacerola con agua en donde cada comensal hierve al gusto su ingredientes que se componen, básicamente, de rebanadas muy finas de carne, verduras y salsas para acompañar.
Ya poniéndonos sofisticados la carne puede ser pollo, pato, langosta o cangrejo pero la más común es res. Me acuerdo que en Taro nos ofrecían la carne nacional o la importada y claramente la decisión dependía de las horas trabajadas por el novio.
Las verduras incluyen hongos, cebolla, alga, col y espinaca por supuesto de ésas que solamente se encuentran en los supermercados orientales. Un poco de tofu y “lluvia”, o tallarines hilo, una de las partes más divertidas del plato.
La idea pues, es sumergir tu carne en el agua, dejarla cocer y luego dipearla en salsa de ajonjolí y un poco de soya. Lo mismo las verduras con la diferencia de que éstas, debido a que su tiempo de cocción es más lento, permanecen en el agua desde que ésta comienza a hervir y nomás las vas sacando.
La idea pues, es sumergir tu carne en el agua, dejarla cocer
Y así pasaron los años. Cumpleaños: shabu shabu, reconciliaciones: shabu shabu; exentar materias: shabu shabu; ganaban los Pumas: shabu shabu y así durante seis años hasta que un día la relación se acabó.
Para variar, el primer date con mi siguiente novio fue en el Taro cenando shabu shabu. Para él, primera y última vez. Para mí, última. Eso debió haberme dado pistas para saber cómo iba a terminar esa relación pero no vamos a entrar en esos detalles.
La cosa es que cambiamos de restaurante. Nos mudamos al Suntory de la Del Valle. Nunca entendí bien porqué. No importó. Me acoplé de inmediato a los cambios en la receta que por cierto es espléndida y el restaurante encantador. Pasé otros varios años siendo clienta frecuente ahora del tradicional restaurante japonés de la calle Torres Adalid donde las meseras vestidas con kimonos son más lindas una que otra.
Desarrollé una inteligencia especial para contagiarle mi pasión por el shabu shaibu
No fue fácil pero desarrollé una inteligencia especial para contagiarle mi pasión por el shabu shaibu y, como éste era más sibarita que el otro, tuve la suerte de probar distintas versiones, ésta vez en distintos países. Mi favorito lo encontré en Las Vegas, al fondo a la derecha del hotel Aria. Se llama Shaboo y está dentro del Bar MASA. Eso sí, lo que tiene de exquisito lo tiene de caro.
En fin, mucho Las Vegas pero lo esperado pasó. La relación terminó.
Los siguientes valientes que decidieron entrarle a mi conquista me invitaron a cenar y decidí mudarme de nuevo. Esta vez al Yoshimi (antes Benkay en el Hotel Hyatt, antes Nikko), cuya receta de shabu shabu es también impecable.
Me gusta su diversidad de ingredientes y además es un lugar perfecto para temas de ligue porque nadie te ve gracias a las mamparas divisorias. Sin embargo cuando empecé a notar que me sabía algo raro, tomé una decisión. Ningún hombre vuelve a interferir en mi absoluta y entregada relación con este platillo japonés.
Si alguien quiere probarlo, tendrá que hacer méritos. Muchos.
A partir de entonces el shabu shabu lo cocino en mi casa y sin duda es el más rico de todos. Los años de experiencia y el cariño lo aseguran. Si alguien quiere probarlo, tendrá que hacer méritos. Muchos.
Por supuesto, les dejo aquí la receta.
Lo primero que deben hacer es ir de compras a un súper oriental. La primera vez será la única cara porque necesitamos la estufa portátil para cocinarlo sobre la mesa y la olla especial para cocinar shabu shabu. Así que manos a la obra.
Ingredientes (para 2 personas)
5 tazas de agua
1 trozo de Dashikombu (alga)
6 hojas de chicoria (col) partida en cuadros de 8×8 centímetros
1 manojo de hojas de espinacas baby sin tallo
2 negui en rebanadas (cebolla japonesa)
4 dados de concentrado de soya extra firme (el famoso tofu)
6 hongos shitake hidratados en agua al tiempo y partidos en cuartos
100 gramos de setas partidas a la mitad
1/2 lata de straw mushrooms
2 porciones de fideos o tallarines de hilo previamente hervidos
20 láminas de carne para shabu shabu. La mejor es de Wagyu de Rancho Las Luisas.
Ponzu o soya preparada y salsa de ajonjolí al gusto.
Preparación
En la mesa, poner la estufa y la olla para shabu shabu con agua y un trozo de Dashikombu (alga) de 5×5 centímetros.
Colocar las láminas de carne cruda en platos individuales como se hace en un carpaccio. En un platón grande, para compartir, colocar las verduras, el tofu y la lluvia de tallarines.
Servir platitos con salsa de ajonjolí y salsa de soya para cada comensal. Sentarse a la mesa y poner las verduras, el tofu y los tallarines en el agua. Esperar 5 minutos a que hierva a fuego alto. Cada comensal va agregando según su ritmo láminas de carne al agua hasta lograr el término deseado. Se disfrutan en las salsas y listo.
Disfruten y no se enamoren tanto como yo.