En la actividad pesquera nos metimos por horas y horas fueron, la panga tenía muy poca sombra y en ella nos arrinconábamos tratando de guardarnos un rato del sol que pega sólido en Baja California. De nuevo, a buscar animales marinos, inmensas almas que te perforan los sentimientos a base de gracias simples, como el delfín que sólo nada a tu lado y sí, es esbelto y simpático, pero sobre todo, nada a tu lado.
Lee acá la entrega anterior del ‘roadtrip’ gastronómico por la Baja
Cuando empecé a dudar que nuestra carnada la sardina, quien agonizaba ya en el tanque de agua de Alejandro, el pescador, tendría la oportunidad de matar muriendo y morir matando, se vieron a lo lejos un par de peces vela. Alejandro maniobraba para pasarle troleando por un lado a la familia vela, y ellos tuvieron la torpeza no sólo de no darse a la fuga, sino que uno de ellos terminó mordiendo la línea que les tiramos por todo lo alto, carnada que azotó salpicando el mar en las meras narices de aquel pez que diez segundos después sería pescado, prensado hasta la médula de un anzuelo que no habría de soltar jamás.
En ese instante Alejandro me pasó la caña, y dijo -órale mi Hernán, tu primer picudo, a sacarlo-. ¡Menuda friega! Tardé 45 minutos y sudé a llenar. Sentía que por cada metro de línea que lograba acortar, se iban al fondo del mar, con todo y enormes plomos, kilómetros y kilómetros de línea.
…estuve a nada de soltar la caña, de mandar todo al carajo
Llegó un punto en que la estaba pasando realmente mal, estuve a nada de soltar la caña, de mandar todo al carajo, tomé con ello el último resquicio de fuerza, y con eso logré sacarlo. De todo esto Alejandro tomaba video, mientras comentaba alegre a la cámara “no pierdan de vista cómo empieza a sudar el joven de la espalda” o “no descanses, por que si tu descansas, el pez descansa el doble”. Ahí me tenían pues, siendo la gracia del buen Alejandro. Aquí la camaradería no tiene distinciones, todos somos Baja California, todos somos pueblo.
Después de la pesca ya con el picudo yaciendo bien empaquetado y bien fileteado en el fondo de la inmensa hielera, empezó a darnos hambre. Nos dimos entonces a la tarea de lanzarnos a una playa en la punta de la bahía, donde la idea era buscar algo de callo de hacha.
Para sacar callo se requiere esnorquelear y qué buena es esta actividad en el Mar de Cortés, una sensación de libertad como pocas en el mundo. La idea es ir cotorreándola por encimita, disfrutando de la inmensa vida marina que ofrece este mar nuestro, y de pronto cuando ves algo que merece la pena observar de cerca, a detalle, tomas mucho aire y vámonos, para abajo, hasta llegar a cinco o seis metros de profundidad.
Ya debajo la sigues cotorreando un rato hasta que el aire mengüe, y entonces te disparas hacia arriba con la mirada al cielo, con los rayos del sol penetrando, dando vida, saliendo cual flecha a la superficie. Tomar aire y volver empezar.
Sacamos mucho callo, y cuando digo sacamos es porque yo colaboré con un par, aunque en realidad el que sacó la mayoría fue Alejandro, quien si su destreza pescando fue impresionante, faltaba que lo vieran haciéndola de sirena. !Qué bárbaro el bato!
Media hora después nos encontrábamos todos, incómodamente sentados pero felices, en una playita prendiendo leña de un árbol caído, y clavando a la lumbre un par de pescados que sacamos. Los callos los cocimos con limón y nos echamos unas tostadas. En la mochila cargábamos con la clásica tabla para picar, salsas varias, limones, aguacate y tostadas.
En ese momento me sentí el hombre más feliz del mundo
En ese momento me sentí el hombre más feliz del mundo. Me sentía en mi elemento francamente. La combinación de cocinar lo que la naturaleza ofrece, en el instante, rodeado de un paraíso, te hace sentir vivo. Para ese momento llevábamos alrededor de 12 horas en la actividad pesquera, que transcurrieron con todo el plomo del sol en la cara. Quiero aquí hacer un reconocimiento a mi esposa, quien se la rifó en cada momento de este intenso día, con su intenso esposo, sin chistar.
La carne del picudo se la llevamos a un bato en el pueblo quien en una caja china y a cambio de la mitad de la carne, lo ahumó para nosotros, mientras conversábamos con él, echando una chela y platicando historias de la Baja California. Nos entregó un montón de pez vela ahumado, en unas bolsas de plástico, se va directo a la hielera. Lo disfrutamos mucho en los días siguientes. Esta fue nuestra comida durante el resto de la vacación.
Después de un día de intensa pesca, los días siguientes fueron pura sabrosura, nos dedicamos a disfrutar de las playas de Bahía Concepción, a las cuales se llega manejando de Mulege hacia el sur, por un lindo camino que trascurre entre mar y desierto.
Las playas más lindas de la bahía son La Escondida, El Coyote y Requesón. Aquí lo importante es encontrar un buen enramado a la orilla del mar, instalarte, tener la hielera al alcance, poner algo de música y dedicarte de manera firme y determinada a hacer el mayor esfuerzo para no hacer nada.
…y dedicarte de manera firme y determinada a hacer el mayor esfuerzo para no hacer nada
El mar de Bahía Concepción es un cuerpo sereno con una buena temperatura para cualquier bañista, ideal para llevar niños, no hay oleaje, y puedes caminar mar adentro durante un buen rato, sin que haya gran profundidad.
Mis camaradas Julián y Paul, compas de Tijuana, nos había mandado equipados para la expedición, incluyendo un kayak inflable. Pa’ pronto le echamos aire y ¡fuga!, nos fuimos a recorrer los islotes cerca de la bahía. Anduvimos remando un rato, brincando de islote en islote y nos bajábamos para explorar los rincones ocultos en busca de caracoles, conchitas y cangrejos. Pensé que con suerte encontraríamos alguna moneda, o tal vez un tesoro oculto. No sucedió pero qué importa, si estábamos en el Mar de Cortés, caía la tarde y estábamos juntos.
Cocinamos todos los días tostadas y tacos con la carne ahumada de nuestra grandiosa pesca, el vela. Indispensable es cargar con la tabla, el cuchillo, el sofrito de cebolla y chilitos toreados, algo de mayonesa, limones, salsas de chile, y una estufa de campamento. Con todos estos elementos te preparas unas tostadas con mambo, ¡acompañadas siempre de una cerveza bien elástica!
…pero así es la vida, hay que seguir andando
Nos costó mucho trabajo dejar Bahía Concepción, pero así es la vida, hay que seguir andando. Salimos entonces en dirección a Loreto, y continuamos hacia La Paz, puerto de corazón abierto que nos recibe con encanto, con su malecón lleno de gente caminando, corriendo, en bici, las señoras en la banca, en el chisme, el trío de amigos en la esquina fraguando la última conquista, el puesto de tacos de carreta, los globos, el amor en las esquinas, todo el sabor a puerto que puede haber. ¡Te sientes feliz de saber que México tiene puertos llenos de magia y de sabor, como lo son también Veracruz, Campeche o Mazatlán!
En La Paz nos comimos el mejor taco Gobernador que hemos probado. Fue en Mariscos Dos Mares, sobre el malecón. Grandioso El Gobernador que lo sirven no solo de camarón, sino también de marlin y de pulpo. Sobre este taco Gobernador, se puede escribir toda una historia. Es un muy buen taco, y creo que el de la Baja California es el mejor.
Aquí en la Baja el Gobernador se sirve jugoso con esa salsa de chile poblano y tomate, medio cremosa, que se mezcla perfecto con el queso y con el camarón. El sabor de la salsa es importante. La tortilla tiene que estar doradita para que selle sabroso, machín.
Así nos despide la Baja, a las 6:00 de la tarde. Hay que regresar al puerto el Jetta que se ha portado como los grandes, para zarpar rumbo a Mazatlán en ferry, dejando atrás esta zona milenaria, dándole entonces la vuelta a esta página que tantas buenas historias nos trajo, y en donde dejamos grandes recuerdos, recuerdos de ésta que ya es nuestra tierra.
Acá puedes leer la primera parte del ‘roadtrip’ gastronómico por Baja California.
Aquí puedes leer la segunda entrega del recorrido, con tablita de picar en mano, por la Baja.