Comer es vital, nadie lo duda, pero la lengua por sí misma jamás podrá distinguir ningún alimento ya que tan solo detecta aspectos como la temperatura o las texturas de aquello que toca y, si acaso, sus cualidades primarias, como si es dulce, salado, ácido o amargo.
Avanza en este mundo como una vieja ciega que al tocar las cosas es capaz de definir su estructura y forma, pero está muy lejos de conocer su color y otras virtudes.
La nariz en este caso es como el ojo de la lengua pues le ofrece todo aquello que no percibe, los tonos y matices de aromas y fragancias.
En el vasto universo de lo palatable van lengua y nariz complementándose, porque de lo nutricio a lo tóxico tan solo existe una efímera franja de lo que podríamos considerar comestible (lo placentero es escaso). Y más allá de gustos personales o convenciones culturales, al probar algo de inmediato sabemos que si comemos cierta “cosa” moriremos fulminados por su toxicidad, o no.
Sabemos que si comemos cierta “cosa” moriremos fulminados por su toxicidad
En el reino de la luz esta franja es aun más estrecha ya que tan solo alcanzamos a percibir del infrarrojo al ultravioleta dentro de una escala infinita. Sin embargo, la profundidad y altura, o por decirlo en forma técnica, la frecuencia y amplitud de las sensaciones gustativas, son de una vastedad impresionante y representan uno de los aspectos más importantes del cúmulo de sensaciones que conocemos como Vida.
Líquido, gelatinoso, crocante, granulado, espumoso, acre, fibroso, liso, plástico, tósigo, suave, chicloso, explosivo, vítreo, tenaz, vaporizado… Amargo, semiamargo, insípido, grato, agrio, acido, mordaz, ahumado, soso, dulce, empalagoso, salado, mentolado, picante, fragante… tibio, helado, fresco, ardiente, quemante, imposible… retrogusto, salival, nasal, aéreo, brain freezing, repetido, gutural, ambiental, pectoral.
Emocional, maternal, temporal, estacional, prenatal… De niños mordimos la hoja de alcatraz y la boca se nos hinchó tres días; probamos la piña verde y sentimos el enguishe o “la extraña sensación de la presencia de la lengua”; y así es como la persona va discriminando, en base a una serie de experiencias, todo aquello que introduce en su boca.
La región en que se nace, la educación, en fin, ¿qué determina el placer?
Definir un gusto personal ya es otra cosa, allí interviene la región en que se nace, la educación, en fin, ¿qué determina el placer?
La comida al final de todo y vista de cerca (de muy cerca) se reduce a moléculas, aquellas que caben dentro de los organismos que brindan sustento al cuerpo; y aquellas que lo desintegran. Lo venenoso, la putrefacción corrupta y todo aquello que al paladar resulta grotesco es algo inmediato, instantáneo, más que evidente.
El gusto, finalmente, es un asunto de supervivencia.
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