Sir John Falstaff es, tal vez, uno de los más grandes personajes que se han inventado en la dramaturgia universal, un caballero venidos a menos —no tengo la menor idea de cuándo ni cómo es que fue nombrado caballero o si él mismo se puso ese título— que, en su vejez vivió en una hostería que estaba en East Cheap —el Tepito de Londres— , rodeado de sus amigos bandoleros y buenos para nada que no hacen otra cosa que discutir, entre trago y trago de sack —como le decían en el siglo XVI a un vino blanco que venía de Jerez o de las Canarias—, ventilando sus miserias cotidianas y demostrando quién es el más valiente o quién tiene los favores de Mistress Quickly (La Rapidita), la dueña de la hostería y de la taberna adjunta que se llamaba La cabeza de Jabalí donde, ocasionalmente, iba el príncipe de Gales o Hal, como le decían de cariño, que decidió visitarlos para conocer a esos hombres que un día serían sus súbditos. Sabía por qué iba a la taberna y un día se los aclaró:
—¡Los conozco a todos y estoy de acuerdo en prestarme por algún tiempo al desenfreno de su ociosidad! En esto no hago más que imitar al sol, cuando soporta que las espesas nubes oculten su belleza al mundo, para que se le admire más cuando, después de hacerse desear, le plazca resplandecer de nuevo para disipar las pesadas brumas que pretendían ahogarle… (Enrique IV, Primera parte, 1.2.)
Sir John es un personaje polémico: puede ser adorable o lo podemos odiar
Sir John es un personaje polémico: puede ser adorable o lo podemos odiar. Es un bueno para nada, pero es genial y se toma las cosas con humor; vive a salto de mata, pide prestado por ahí y por allá y casi nunca paga; le promete a la hostelera que un día se casará con ella con tal de seguir viviendo sin pagar la renta.
Lo conocemos cuando se despierta un día y se da cuenta que al lado está el príncipe de Gales a quien le pregunta:
—¡Hola Hal! ¿Qué hora es, hijo mío?
Y el príncipe, que sabe que le pregunta eso como si en verdad le interesara la hora del día. Sin más, lo pone como camote:
—A fuerza de beber jerez añejo, de desabrocharte después de cenar, de dormir la siesta en los bancos, te has embrutecido de tal manera que te olvidas de preguntar lo que más deberías saber. ¿Qué diablos te importa que hora sea? A menos que tú creas que la hora es un jerez, los minutos unos capones, los relojes unas lenguas de maquerel, las esferas una muestra de mancebía y el benéfico sol una hermosa y excitante doncella vestida con flamígeros velos, no veo la razón para que te atrevas a preguntar qué hora es.
Los capones eran pollos de carne fina, que castraban a los cuatro meses antes que comenzaran a engordar
Los capones eran un lujo: eran unos pollos de carne fina, que castraban a los cuatro meses antes que comenzaran a engordar y eran sacrificados cuando pesaban tres o los tres y medio kilos. Un plato delicioso.
Un día, cuando Sir John estaba dormido, Hal le pidió a Poins, su compañero, que esculcara sus bolsillos a ver qué traía. Para su sorpresa, traía un papel en donde anotaba el debe y el haber de lo que había gastado en comer y beber y Poins se pone a leerlo en voz alta para que nosotros podamos conocer la dieta de Sir John Falstaff:
—Ítem: un capón, 2 chelines y 2 peniques; Ítem: salsa, 4 peniques; Ítem: jerez (dos galones), 5 chelines 8 peniques; Ítem: anchoas y jerez para después de cenar, 2 chelines 6 peniques. Ítem: pan, medio penique.
—¡Qué monstruo! ¡Sólo medio penique de pan para una intolerable cantidad de vino! —dice sonriendo Hal.